Casi al final del camino ascendente, se detuvo antes de
comenzar el descenso. Aspiró profundo y se deleitó con la brisa que bañaba todo
su cuerpo y le provocaba un placer especial cada mañana. Entonces miró hacia atrás
y fue al encuentro de sus recuerdos.
Todo estaba borroso en la bruma de los años. No se está hablando
de lustros o décadas; sino de siglos, porque para entender quienes somos hay
que escudriñar en la historia y no precisamente en la del individuo; sino, en
la de la cultura que nos ha abrigado, impuesto normas de conducta, educado,
entrenado, aceptado o rechazado. Aquella atmósfera en la que estamos inmersos.
Al llegar a las poblaciones originarias, miró al hombre
que nació libre, espontaneo, sin ropajes, ni tabúes; solo en su enfrentamiento
tenaz con las fuerzas naturales de la que era hijo. Su equilibrio ignorante con
el medio, del que tomaba solo lo necesario, sus imágenes distorsionadas de la
realidad, sus mitos, sus dioses y sintió cierta envidia de una vida más
sencilla.
¿Será que el hombre necesita de mucho para ser feliz, o
que sencillamente siempre ha sentido una añoranza de siglos por la esa vida
sencilla, los espacios abiertos, los riachuelos que bajan de las montañas y el
verde de los campos? ¿Vivían en el subconsciente de la cultura, o en el
recuerdo de días mejores, o simplemente en la memora genética? Seguro que era
un poco de todo ello, como son los seres humanos desde que la práctica
evolutiva desarrolló el cerebro, un entramado de dudas y contradicciones, un
interés constante por descubrir de dónde venimos, qué hay más allá, qué pasa
después.
¿Son más felices los animales? Siempre se ha oído sobre
la “vida de perros”, para referirse a lo paupérrimo; sin embargo, siente
curiosidad al pensar que quizás todo hubiera sido mucho más simple. El hombre
siempre ha cargado un fardo muy pesado. Una lucha constante entre la razón, los
sueños y la esencia natural que los define. Siempre queriendo alcanzar el
cielo, descubrir el espacio, queriendo entender lo inaccesible; imponiendo
razón donde no la hay, víctima de estructuras ciegas del entramado social. ¡Tan
pequeños y tan grandes! Una pequeña partícula en todo el universo y nunca acaba
de entender su lugar.
No pudieron comprender los originarios el porqué la
“civilización” era tan bárbara. Es posible que esa frase-leyenda de Hatuey, el
primer rebelde internacionalista de Cuba- de que no quería ir al cielo si allí
estaban los españoles, haya quedado en la memoria colectiva. Barbarie, genocidio,
suicidios masivos, con sangre y fuego por todas parte se habrían comino
aquellos que vinieron a “civilizar” ¿Valió la pena destruir, mancillar,
humillar a la especie humana, a cambio de un metal? ¿A dónde fue a parar la
riqueza malsana? Ella alimentó la comulación de capital en Europa e hizo la
diferencia entre millones de seres que a partir de entonces pasaron a formar
parte de los desposeídos, mientras un poco se encumbraba y levantaba lanzas
sobre ellos.
Entonces comenzó la gran mentira sobre la que se sustenta
el mundo moderno: “todos somos iguales”; pero lo que no dicen es que algunos
son más iguales que otros, más blancos, más ricos, más beneficiados. Y este es
el mundo, por eso el seño se frunció, los ojos brillaron, volteó la cabeza y
siguió camino. ¿Hacia dónde?, hacia el
día a día. ¿Para qué virar el rostro hacia el pasado si hay tanto que ver en el
presente? Simplemente porque el presente sólo es un resultado de lo que fueron.
Muchas veces el mundo de hoy resulta incomprensible para
el hombre ¿A dónde nos llevó la curiosidad, la ambición desmedida, el ego
desmesurado y el egoísmo? Peleamos los unos con los otros y proyectamos esa
realidad hacia el futuro. Algunos defienden la teoría del caos, no hay solución
para los problemas actuales, el hombre debe cruzarse de brazos y rezar. ¿Es que
acaso no fue el hombre el que pensó, diseñó y construyó este mundo, dando la
espalda a su naturaleza y destruyendo su hábitat? ¿Qué hacen ahora rezar, para
que Dios arregle lo que hizo el hombre? Una actitud muy poco responsable.
Hay que encarar la realidad, no virar el rostro ante lo
feo, ni ofrecer limosnas a los pobres. El hombre hizo esto y tiene que
arreglarlo. ¿Cómo lo trata de arreglar el sistema social actual? El capital
necesita expandirse, moverse para existir, pero se ha quedado sin espacio. Mira
a otros mundos, pero no encuentra nuevos sitios susceptibles de ser devorados,
entonces tiene que destruir para volver a empezar. No es teoría, ya hubo una
Primera y una Segunda Guerra Mundial.
Europa quedó destruida, Japón aniquilado y Estados Unidos se la ingenió
para expandir su capital sobre ellos para volver a empezar en un camino sin fin
de destrucción y construcción. Se desarrollaran guerras locales, destruyen
culturas milenarias –antes por oro, ahora por petróleo. ¡Toda una locura! Y se sigue quedando sin espacio para volver a
expandirse. Exprime hasta la última gota
de sumo a los menos aventajados y se vuelve a quedar sin espacio. Se asfixia,
sucumbe, y en el estertor de la muerte arrastra consigo al mundo.
¿Qué hace el hombre ante este cuadro? Combate batallas
locales, obtiene victorias pírricas, se enajena, se pierde, se enfrenta al
amigo, se alía con el enemigo. Están ciegos. ¿Y la razón, dónde está esa arma
poderosa que le dio la naturaleza para bien o para mal? Los poderosos han
encontrado muchas formas de anularla, engañarlo, embotar los sentidos,
dispersarlos. Los divide por el color de la piel, el lugar de origen, el
intelecto, o la riqueza. Juntos serían demasiado poderosos contra los
instrumentos de coacción creados. Le crea divertimentos, formas de enajenación.
Y el hombre se muestra tan ingenuo, tan desprovistos, tan virgen como las
poblaciones originarias en el comienzo. ¿De qué han servido los años, la
experiencia, los grandes descubrimientos de la humanidad si seguimos tan
desnudos e impotentes como antes.
Estamos en la Tercera Revolución Científico-Técnica,
ahora tenemos Wi-Fi y hablamos por
WhatsApp, ¿y qué? Seguimos ciegos. Son mejores instrumentos de
manipulación, como se describe en algunos filmes de ciencia fisión, fuerzas
superiores mueven el intelecto humano y obligaran al hombre a actuar como
esclavo. Y ella que detuvo la marcha para mirar en derredor se aterra. Casi al
final del camino no entiende nada.
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