lunes, 27 de abril de 2015

La cultura como proceso.

(Monografía) Autora: Elizabeth Azopardo. El desarrollo histórico del pensamiento le ha atribuido al término cultura dos significados fundamentales. El más antiguo la considera como la formación del hombre y su mejoramiento y el segundo, como el producto de este desarrollo, o sea, el conjunto de los modos de vivir y de pensar cultivados. Sin embargo, en ambos casos el término expresa un ideal, un estatus que los hombres deben conquistar . Más recientemente, el término se ha utilizado para denominar agrupaciones humanas que como resultado de la interacción entre individuos y grupos sociales que comparten un determinado espacio-tiempo, y a través de largos procesos de práctica y construcción histórica, van alcanzando cierta coherencia que actúa como mecanismo regulador de la propia actividad humana. En este sentido, la cultura se manifiesta como el resultado de la interrelación dialéctica actividad-pensamiento y adopta formas tales como: la conducta, los principios, los valores y expresiones de éstos como la lengua, el arte y la religión. También como manifestaciones de la sedimentación de la esencia y el sentido común que asimila elementos culturales nuevos , la cultura adopta las formas de costumbres, tradiciones, doctrinas y sistema de ideas particulares. Posiblemente, de la consideración histórica de la cultura como paradigma, se derive la significación más actual del término, utilizado por la antropología para denominar la atmósfera en que se encuentra inmersa la vida humana . La cultura, desde este plano de análisis, influye en todas las acciones de las colectividades de forma casi inconsciente. Más que ideas claras y expresas, abarca conceptos tácitos y sobrentendidos, que se promueven a través de una cultu¬ra común compartida. Ella se manifiesta en forma de doctrinas, normas de conducta, valores, principios, leyendas, mitos, ritos, fetiches, etc.; así como, refranes, expresiones artísticas o lingüística particulares, entre otras. Como doctrinas se consideran las enseñanzas, sabiduría o ciencia acumulada por los pueblos; las normas de conducta, a su vez, son expresión de las reglas que existen para el gobierno de grupos, familias e individuos, algunas de ellas expresadas en principios que rigen las diferentes formas de actuación, o valores, que expresan la trascendencia de las acciones o cosas. Las doctrinas, normas de conducta, principio y valores -algunos de ellos reflejados en el refranero popular- son formas que adopta la cultura y terminan diferenciando a unos pueblos de otro, estando explícitas o no, en sus sistemas jurídicos. También se han desarrollado entre las diferentes comunidades leyendas que recogen anécdotas más fantásticas que históricas, ritos, o reglas para el culto religioso, mitos o alegorías, fetiches o ídolos; así como, expresiones lingüísticas locales y creaciones artísticas típicas, que forman parte del acervo espiritual de la nación. En las comunidades también, los modelos culturales se trasmiten de padres a hijos como tradiciones; o por repetición práctica, como costumbres; noticias, o ideas de las cosas. Las posiciones más fieles a las tendencias racionalistas, atribuyen estos paradigmas culturales a la evolución de las formas del pensamiento humano, siguiendo su desarrollo ontogénico, hasta alcanzar los niveles de mayor elaboración . Tanto el estructuralimo como el funcionalimo han utilizado el término estructura como instrumento para analizar el entramado de instituciones que conforman la realidad social. Según los primeros, los fenómenos culturales pueden considerarse como producto de un sistema de significación que se define sólo en relación con otros elementos dentro del sistema, como si fuera el propio sistema quien dictase los significados. Todo código de significación es arbitrario, pero resulta imposible aprehender la realidad sin un código. En cambio los segundos, concibieron una teoría de la cultura que explicaba la existencia de las instituciones sociales por su capacidad de satisfacer las necesidades psicológicas humanas, a lo cual el estructural-funcionalismo agregó que el funcionamiento y la existencia de las instituciones en este campo debían ser explicadas en términos sociales, y no reducido a motivaciones psicológicas. Este punto de vista se creó en torno al estudio de unidades sociales pequeñas y autosuficientes, en las que es relativamente fácil suponer un sistema de funcionamiento como totalidad. Otra tendencia, en cambio, considera que los modelos culturales proyectan la práctica sociohistórica de las colectividades humanas, en el ámbito conceptual y espiritual, atribuyendo a ésta su origen . Desde este punto de vista, ellos se desarrollan cuando los individuos comparten una amplia gama de experiencias, en plazos relativa¬mente largos de tiempo, independientemente de que exista o no una filosofía explícita o ni siquiera pensada. También las guerras de conquista, el comercio, los viajes, la imprenta y otras formas de interacción de diferentes colectividades históricamente determinadas, han permitido que se trasladen de unas a otras modelos culturales -a través de largos procesos de transculturación, enculturación o deculturación - al exportarse a diferentes contextos naturales, prácticas sociales de otras regiones, dado lugar –como en el caso de Cuba- a la mezcla o aparición de una nueva cultura. En la actualidad, la revolución de la información, conjuntamente con la voluntad política de los magnates de capital internacional de imponer la Globalización y el Neoliberalismo, amenazan incluso con la desaparición de los modelos culturales particulares, mediante la imposición de supuestos “modelos universales ¨. En un plano menos general, ha ocurrido otro tanto con las culturas comunitarias, donde en ocasiones el “progreso” ha significado una verdadera invasión. A juicio de la autora, si se introducen en el análisis los términos historia y desarrollo, se pone en evidencia que el contexto social de la comunidad presenta un tope a los intentos de construcción cultural, pues muy difícilmente estos esfuerzos internos, puedan sobreponerse a valores socialmente aceptados, aunque contrapues¬tos, a los que la comunidad enuncia y trata de desarrollar. La evolución que sufren en el decurso histórico los modelos culturales, pone de manifiesto que las leyes que los rigen no pueden estar ajenas a las leyes del desarrollo socioeconómico en general, ni a la teoría de la actividad humana en particular. Sin embargo, ellos continúan identificando los rasgos identitarios de la nación o colectividad humana, la especifica y la hacen diferente o típica con relación a otras. Es por ello que la conservación de los respectivos modelos culturales nacionales y regionales, se ha convertido en símbolo de independencia, tanto en el plano económico, político, como social; constituyendo así, el fortalecimiento de los rasgos culturales particulares, parte de los derechos por los que lucha la humanidad. Por todo ello, si se pretende influir sobre los modelos culturales particulares, hay que comenzar por reconocer y estudiar su existencia; ignorarlas más que un atropello es una vía errada para emprender el desarrollo. También es importante esclarecer cuáles son los factores objetivos que ponen límites a estas influencias.

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