Autora: Elízabeth
Azopardo
Cuando ya no
esté y pierdas el camino,
dejaré como
guía todo mi canto.
Versos que
salir quieren con dolor de parto,
versos que
alivian cuando vivir los siento,
porque amasé
con sudor y lágrimas
dentro de
mis entreñas, el amor de un pueblo.
Mundialmente era una época de
revoluciones. Los años 1968 y 69 vieron como el movimiento sedicioso abarcó los
tres mundos[4].
La sublevación de los universitarios norteamericanos contra la guerra en
Vietnam, el cuestionamiento del sistema educativo por los jóvenes europeo, el
pensamiento y la capacidad organizativa de mujeres como Simona de Beauvoir[5] y Betty
Friedan[6], o
los hippies, con su libertad sexual, el comunitarismo y su rechazo a lo
establecido, ilustraban el contexto.
El
Comandante en Jefe se reunía con Heminway y Ángela Devy[7] daba
discursos en La Habana. Eran tiempos del Black Power en los Estados Unidos y
hasta en la Estatua de la Libertad se colocó una bandera del Movimiento 26 de
julio[8]. El
17 de julio de 1967, protagonistas del Pop Art y el Opart en todo el mundo,
pintaban -durante el XXIII Salón de Mayo en el Pabellón Cuba[9]- un
inmenso mural que recogía frases como: “amo, amor del odio, anillo blanco y
negro de la Revolución”; “los miserables también quieren vivir” y “la poesía
sangra[10]”
Sin
embargo, el ambiente cultural en la Isla era contrastante. Se trataban de
impedir la cultura “extranjerizante” –como se decía- hostigando a los “hippies
cubanos” y condenando la música de los Beatles; mientras “Los Memes”, Eddy Gaytán, “Los
Zafiros”, “Pello el Afrocán”, “Los Cinco Latinos” y los “Fórmula V”, amenizaban
los ruidos capitalinos. En los cines se estrenaban películas y documentales de
un corte nuevo, que tenían como protagonistas a los hombres del pueblo; aparecían
en las carteleras títulos como “La Muerte de un burócrata”, “Lucía” y “Memorias
del Subdesarrollo”, acompañadas de clásicos del cine como “la Quimera de Oro”,
“Marilyn Monroe in Memoria” y “Harakiri”. En las librerías empezaron a parecer,
a precios módicos, libros de la gran literatura mundial como “Relatos de Kafka”,
“Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez, “Cien Años de Soledad”, de Gabriel García
Márquez y “Vuelo Nocturno” de Antoine de Saint Exsupery; mientras en la “Plaza
Cívica”, convertida en “Plaza de la Revolución”, lucía la enorme estatua de
José Martí, fruto de la mano del escultor Juan José Siere, que la preside hasta
hoy.
Como joven, tenía gran curiosidad por
conocer las opiniones de una persona que hubiese vivido esa época, pero para el
inicio de siglo, María Esperanza, quien había sido por muchos años mi maestra,
se negaba a concederme una entrevista. Se considera a sí misma una de las
tantas mujeres que camina por las calles de La Habana, arrastrando sus dudas,
las penurias de una existencia difícil y una cartera llena de sueños: una mujer
sin historia. Sin embargo, una tarde ya olvidada y sin una preparación previa,
comenzó a narrarme su vida, haciéndome caminar lentamente hacia el absurdo.
La
historia está llena de matices –dijo- y no se puede relatar en blanco y negro.
Algunos han querido limitar una importante etapa del siglo XX a la construcción
y destrucción de un muro[11],
pero se equivocan, el tiempo que trascurrió entre 1961 y 1989, fue mucho más
que eso.
Mientras conversaba, ella añoraba como nunca
antes salir de vacaciones, el claustro del pequeño espacio de su oficina se le
hacía insoportable y le daba la impresión de que su jefe -más pedante que
siempre- disfrutaba con especial satisfacción de esa angustia. Desde muchos
días antes había empezado a guardar en discos toda la información de su PC,
colocando estos después en sus cajas, como quien termina el trabajo de varios
años y se dispone para un largo descanso. También anotó en su agenda personal
los teléfonos que consideró podría necesitar, como si nunca fuera a volver a
entrar en el Despacho.
Nada racional podía explicar aquella actitud.
No tenía ningún proyecto nuevo de trabajo, ni siquiera había recibido una
propuesta estimulante; sólo existía la perspectiva del tradicional mes de
descanso. Sin embargo, su espíritu - firmemente convencido de que había
terminado una ardua y difícil etapa de su vida y que se iría de allí por largo
tiempo, tal vez para siempre, gritaba libertad.
Junto a sus hijos habían planeado ir a pasar
una semana de descanso a Puerto Escondido, un modesto paraje de la costa norte
de la Isla- reservado especialmente para los cubanos- y me invitaron a ir con
ellos. Aunque el viaje hacia allá no fue todo lo placentero que deseáramos, al
encontrarse parada ante el espectáculo del océano abierto a sus pies, embargó a
María Esperanza una emoción especial.
Sintió que había alcanzado toda la dicha a que podía aspirar después de un
arduo y mal recompensado esfuerzo.
Durante las reiteradas vacaciones de su vida,
siempre junto al mar, habían enseñado a la familia a reconocer la belleza de
una puesta de sol en el Caribe, que para ella significaban un espectáculo
insuperable. Fue en este momento, al quedarse sola contemplándolo, que me espetó
de pronto su propio vacío.
Durante años había trabajado neuróticamente
siguiendo sus reglas internas y de forma inesperada se presentaba ante sí aquel
sentimiento de haber concluido. ¿Qué pasaría? ¿Estaría próxima la muerte? Tal
vez por esa sensación extraña que provoca el mirarse a sí mismo muy adentro, se
decidió a hablarme.
Ese mes cumplía su cuarto año de trabajo como
Jefa de Despacho. Sin embargo, no sentía el mismo orgullo que cuando cumplió 30
años como profesora. Entonces apreciaba decírselo a todos, aunque los laudos de
tan meritoria labor se redujesen al siempre fiel reconocimiento de sus alumnos,
objeto de aquel espíritu de perfeccionamiento humano que le había acompañado
durante toda su vida. Estimó profundamente su profesión, la cual siempre
consideró “una obra de Infinito amor”, al decir del Apóstol. Sin embargo, ahora
sólo quería escapar, que todos olvidaran su nombre, ignorar que había vivido a
la sombra del poder.
¿Qué dejaba detrás? Muchos silencios, espacios
en blanco que su mente no podía rellenar. ¡El por qué de tantas cosas! Se había perdido
en el camino que había seguido toda la vida y no se podía encontrar.
Tal vez secretamente le confortaba la
satisfacción del deber cumplido, y en el fondo de su corazón, el sagrado
amuleto de haber ayudado a muchos, que sin su presencia allí, nunca hubiesen
sido escuchados. Pero, ¿a dónde habían ido sus sueños?, ¿a dónde la imagen que
desde niña había guardado de los héroes?
A medida que contemplaba
el rítmico y acompasado movimiento de las olas y las místicas tonalidades que
se revelaban en el horizonte, me contaba que había sido una niña consentida,
como casi todos los hijos deseados de la clase media. Desde pequeña habían
alimentado su imaginación los libros de cuentos y como muchos enamorados de la
utopía en la década de los años 60,
influyeron en su formación las revoluciones de la época.
Quizás por la dimensión
de sus sueños infantiles, siempre ilimitada, aquel busto de Martí al que
cantaba cada mañana en la escuela, no alcanzaba para ella la estatura del
“Hombre de la Edad de Oro”. No reía, ni lloraba; siempre estaba ahí, quieto; y
ella quería saber, cómo eran los héroes por dentro. Tocar con la mano la
hidalguía, alcanzar el poder del fuego;
y a cada momento se preguntaba: -¿Existe en realidad “la sonrisa de pueblo”[12]?
¿Caminan “con la adarga al brazo”?[13]
¿Son de bronce, o son de yeso? Pero lo que había visto durante su vida más
reciente no era de su agrado.
Durante años el fervor de todo un pueblo
la había tomado en sus brazos, la alzó, haciéndola seguir huellas de titanes
que sintió como propias, protagonista de epopeyas extrañas. Banderas le dieron
en el rostro y un mar de amor le nubló
los ojos, a medida que iba construyendo con las manos sus propios sueños. En
sus recuerdos guardaba consignas como aquella de: “Estudio, trabajo, fusil/
Lápiz, cartilla manual/ ¡Alfabetizar! ¡Alfabetizar!”. O aquella otra que decía:
“Ahí marcha la mochila del café en los hombros gloriosos de la juventud
cubana”.
Pero todo eso había pasado hacía mucho
tiempo y en el espectro de sus recuerdos, que ahora se mezclaban con la
perfección del paisaje, la imagen de aquella etapa gloriosa provocaba en ella
la emoción que se siente al escuchar los arpegios de una vieja tonada. Delante
sólo tenía el desengaño y el tedio. Las intrigas de oficina le quitaban el
sueño y sabía que terminarían minando su espacio.
En su trabajo había aprendido a oír los
problemas de los demás y a valorarlos por encima de los propios; luchar hasta
el cansancio para que éstos tuvieran solución y sin embargo, no esperaba
agradecimiento alguno y mucho menos de su jefe, a quien esa actitud lo hacía
sentirse amenazado; temeroso de que lo que ella pudiera hacer por ayudar a los
del pueblo, pudiese perjudicarlo.
“Política- decía Martí- es una ocupación culpable cuando se encubren con
ella, so capa de satisfacciones indebidas, la miseria y desdicha patentes, la
gran miseria y gran desdicha, del pueblo que los soberbios y los despaciosos
suelen confundir con su propia timidez y complacencia. Y ya no estamos en la
época de las “Revoluciones Triunfantes”, por el contrario -me dijo- la
ingenuidad y la dulzura fueron golpeadas con azadón de fuego; ya no soy la niña
pueblerina de entonces, ha pasado mucho tiempo... Tiempo también de guerra,
pero de esta otra donde el hastío se apropió de las ilusiones y cambió el color
los sueños.
¿Qué otro sentimiento, sino el pesimismo,
la podían invadir? Después del derrumbe del Campo Socialista[14]- las
voces alternativas eran débiles ante los que impunemente masacran pueblos y
destruían culturas milenarias. El feroz predominio de mercado marcaba las vidas
de los hombres, echando por tierra todo rasgo humanista. Cuando los que debían
ser los más dignos representantes de este sentimiento, se rinden ante las
influencias negativas de su época, los amigos se traicionan y la soledad se
apoderaba de María Esperanza. Seguir cantando a los sueños, como pretendía,
hicieron más incomprensible su actitud ante los que la rodeaban. Ahora la
creían loca y peor, se dio cuenta de que aquello que había defendido no la
defendía a ella.
En medio del relato que me iba trasmitiendo
afirmó: -¡Fui una niña tan feliz!, querida por todos, admirada, soñada por los
enamorados, lo que provocó mi caminar erguido por el orgullo y que durante la
vida nunca permitiera el más mínimo ultraje.
El paisaje de su patria pequeña, lleno de
grandes espacios verdes, la vista del río - el más importante de su ciudad-
contrastaba con la moderna avenida y el ruido de los aviones al despegar. Esta
imagen la acompañó por toda la vida y le siguieron provocando esa emoción
especial, aún cuando dejó de ser el ambiente de la casa paterna y más todavía,
cuando ya no estuvo allí su madre, siempre complaciente, para esperarla,
lamerle las heridas que le causaba la vida, y seguir pintándole el mundo color
de rosa.
Vivía en una bella casa de pisos de
mármol blanco, rodeada de portales corridos. Una de esas que abandonó la burguesía en la década de los
años 60 al triunfar la Revolución. La hierba del césped, siempre bien cortada y
los rosales del jardín, solían hacerla muy feliz, porque su naturaleza impresionable
provocaba que su estado de ánimo fuera influido constantemente por el entorno.
Había tenido una abuela hija
de mambí, que acompañó todas sus fantasías y cuya luz siempre brilló en su conciencia. Esta abuela
tuvo el valor de casarse cuatro veces en una época
en que el “honor” de las mujeres apenas les permitía polvorearse la nariz[15].
Y más aún, porque dos de los matrimonios que habían realizado fueron con un
chino y con un mulato, razas consideradas inferiores. También había manejado un
automóvil en la década de los años 20 y subido la soga durante las pruebas de
eficiencia física que instituyó la Revolución. Todas estas aventuras siempre
las imaginó Maria Esperanza para si misma y muchas de ellas las pudo realizar,
porque era una mujer de un tiempo diferente.
A Marié, como le decían de pequeña, no le
preocupaban mucho las cuestiones domésticas. La madre siempre le reprochaba por
no darse cuenta de la existencia de un nuevo adorno o de un arreglo florar en
la sala. En cierta medida su educación tenía la culpa. La había inducido a que
estudiara y fuera una “señorita de sociedad”, en un tiempo en que a una
empleada doméstica se le pagan sólo quince pesos mensuales[16]. Pero
el tiro le había salido por la culata, como dice el refrán. A la adolescente,
para nada le interesaban los salones, ni las clases de piano, ni los encajes.
Más que la educación familiar había
influido en ella la etapa que le había tocado vivir. Prefería participar
intensamente de la vida social, marchar por las calles -como el resto de las
milicianas[17],
la causa de los pobres y la utopía sustentada por las consignas de su tiempo.
Según su opinión, bastaba con desear mucho una cosa para que se hicieran
realidad, como en los cuentos de hadas, que de pequeña le leían sus padres.
Después las novelas románticas completaron el mundo imaginario de la joven,
convirtiéndola en una soñadora empedernida.
Como tantos otros jóvenes de su época, ella
participó activamente de la vida política. Con apenas ocho años cuidaba la
puerta de la casa para que la Guardia Rural no sorprendiera a sus padres
escuchando la “Radio Rebelde”[18] La
noche en que los aviones norteamericanos bombardearon las Bases de San Antonio
de los Baños[19],
estaba alerta para encender o apagar las luces, según le orientaba el miliciano
que se ocultaba en el portal de su casa. En el verano de 1961 había
alfabetizado a Tomás, el guajiro que cuidaba de los gallos finos de su padre y
en el año 1962 esperaba la “Guerra de los Misiles”[20] en
una brigada sanitaria donde se desempeñaba como camillera, aunque aún sólo
tenía 12 años. Fue fundadora de la Unión de Pioneros de Cuba y sin cumplir la
edad requerida, había ingresado a la Unión de Jóvenes Comunistas, destacándose
como líder estudiantil y juvenil. Fue así como participó en las recogidas de café
en las montañas de Oriente en los años 1963 y 64 y llegó a ser educadora del
municipio de la UJC; así como, presidenta de la Unión de Estudiantes
Secundarios en la región que vivía.
Además del liderazgo político, las tareas
del grupo, el baile y la gimnasia completaban su vida; le gustaba el ocio
activo, Hasta bien entrada la noche leía novelas y escribía poesías que después
votaba o releía, según fueran su opinión crítica acerca de ellas, por lo que al
amanecer, siempre le costaba mucho trabajo levantarse. Para estimularla y
evitar el mal carácter que desde niña tenía en las mañanas, la madre
sintonizaba una emisora de radio que a las siete trasmitía su programa
preferido: “Canciones de Lucho Gatica”[21].
En la más temprana juventud, siempre
enamorada, Marié había postergado a la familia y al matrimonio por el deber y
el orgullo de defender la Revolución. De los amores sólo le quedaron sus dos
hijos y cuando los años le dieron la mesura que viene con ellos y perdió el
miedo a la soledad aparente que crea la falta de una pareja, sintió que sólo se
había hecho acompañar para ocultar el fracasó de no haber encontrado nunca el
amor verdadero.
Peor le había ido profesionalmente. Treinta
años de profesora, pasando por diferentes instituciones y niveles de enseñanza,
le habían demostrado que no es suficiente trabajar bien para obtener buenos
resultados. Siempre ambicionando la perfección, por aquello del desarrollo
integral y la imagen del Che que perpetuamente estuvo a su lado, había
desperdiciado los mejores años de su juventud tratando de alcanzar metas que
sólo habían despertado la envidia de los que la rodeaban. Tarde vino a
comprender que no se deben tentar los demonios que se encuentran dormidos en el
alma de los seres humanos, sino se quiere probar el sabor del fracaso. Por eso
ahora se sentía como aquel que supuso que venía de todas partes[22] y
paradójicamente se preguntaba ¿qué tienen realmente los hombres si no aman sus
recuerdos?
Terminaba la tarde y la base de campismo
tomaba el típico ritmo de las noches en este lugar; sus hijos y sus muchachas
se preparaban para el baile, sabía que no la dejarían sola allí y se vería
obligada a acompañarlos, pero esta vez, increíblemente, no tenía ganas de
moverse al compás de la música, siempre una gran restauradora del espíritu.
Después de mucho tiempo se encontraba acompañada de sí misma, de esa de la que
en el bullicio y la dinámica de la ciudad había tratado de olvidar. Pero la
realidad es inexorable, durante todas esas vacaciones ella se movió entre ambos
estados de ánimo, o se descubría o se enajenaba.
Terminado el descanso, María Esperanza no
regresó a su oficina porque descubrió finalmente que ya no la necesitaban. No
era joven y la época que llenó su vida la relegaba. No le explicaron nada, sólo
que le habían retirado la confianza. Fuerzas oscuras actúan en las sombras.
Quiso quejarse, buscó respuestas y encontró evasivas.
Ella me contó que
un sábado que no trabajaba, un ayudante del Jefe la llamó a la casa. Según le
dijo, éste la necesitaba. De inmediato dejó lo que estaba haciendo, se bañó y vistió
apresuradamente, cuando el carro que la recogería tocaba el claxon a su puerta.
Algo le decía en su interior que se enfrentaría a un momento muy difícil,
quizás el peor de su vida. Pero se equivocó, hubo otros después aún más
terribles.
Llegó a la
oficina, le avisó al Jefe que estaba ahí y siguió la rutina de todos los días.
Trascurrió como una hora y seguía ocupada cuando la mandó a buscar. Sólo dijo
que había perdido la confianza en ella y que ya no iba a trabajar más en el
Despacho. La causa de la pérdida de confianza no la dijo, toda su vida no
merecía siquiera una explicación.
Lo que sintió lo describió de la siguiente manera: “todo
se nubló ante mis ojos, los oídos me zumbaron y se hizo el silencio. No recuerdo
nada más excepto que en ese momento pensé en quién era yo y cómo todo ello no
podía morir dentro de mí”. Y siguió explicando: contrarío a lo que muchas veces
se piensa, es muy interesante apreciar qué de verdad hay en las noches oscuras.
En ellas, a través de la luz de la vela que le enciendo a mi abuela para que su
espíritu siga volando en mi recuerdo, siempre le digo: -“abuela, sólo fuiste
culpable de vivir intensamente, como yo he querido hacerlo”. Ella murió cuando quiso,
ni la naturaleza pudo imponerle su tiempo y lo hizo cuando consideró que era
hora de que yo siguiera sola. Cada día viene a mis sueños y me dice: -“resiste,
no dejes morir nunca a esa niña que vive dentro de ti, no mates tus sueños”. Y
eso hice, me levanté y me fui a mi casa, sin preguntar nada, sin decir nada, para
seguir adelante con mis sueños.
A pesar de ser
sórdida, cómo narradora no he podido sustraerme a la necesidad de escribir
esta historia. Ella es un modesto tributo a la generación de mis padres y para
mí María Esperanza será siempre un canto a la vida. Cuando le pedí su consejo
para que en las jóvenes generaciones se salvaguarde el encanto de la Revolución
triunfante, me dijo: Es necesario continuar trabajando por el acercamiento de
los ingresos provenientes del trabajo honesto a las necesidades del pueblo
trabajador, hay que abrir espacios y estímulos para el trabajo creativo en bien
de la sociedad y cerrar las puertas al egoísmo individual, los privilegios de
castas y de grupos sociales; así como, a sus fuentes de ingresos. Pero sobre
todo hay que lograr que el discurso vuelva a los cánones de la práctica y deje
de ser retórica donde se ocultan las exenciones. Hay que salvar la esperanza.
Gracias profesora, me despedí de ella, pero no sin
antes reiterarle mi devoción. Para continuar la obra tú –le dije- tú eres de
los imprescindibles, porque nunca has pedido la fe en tu pueblo, ni el amor a
tu patria. Sin tus consejos, sin la formación que me diste, no hubiera llegado
hasta aquí, aunque aquellos que se abrogan el derecho de juzgar al prójimo -creyéndose
dioses todos poderosos y poseedores de la verdad absoluta- no lo estimen así.
Todavía, desgraciadamente, hablan de unidad los que practican la escisión.
[1] Partido Revolucionario Cubano Ortodoxo.
[2] Triunfó el 1ro. de enero de 1959, resultado de la
lucha insurreccional (1952- 1958)
[3] Abril de 1961, invasión de grupos
contrarrevolucionarios radicados en Miami, financiados los el Gobierno de EEUU
a Cuba.
[4] El capitalismo, el socialismo y el
tercer mundo. Hobsbawm E. Historia del siglo XX. T II. Pág. 442. Editorial F.
Varela. La Habana 2003
[5] Simone de Beauvoir (1908-1986), novelista
e intelectual francesa que por su vida y sus obras desempeñó un papel
importante en el desarrollo del feminismo.
[6] Betty Friedan
(1921-2006), feminista y escritora estadounidense quién imaginó una mujer nueva
en su libro “La mística Femenina”
[7] Líder del Movimiento afro en los EEUU.
[8] Movimiento dirigido por Fidel Castro que llevó la
Revolución al poder.
[9] Situado en la capitalina rampa habanera
[10] La información anterior es resultado de la visita a
la exposición sobre la década de los años 60 en el Palacio de Bellas Artes,
Sala Cubana. (Junio de 2004)
[11] Muro de Berlín (1961-1989).
[12] Epíteto otorgado a Camilo
Cienfuegos”
[14] 1990
[15] Década de los años 20 .30 en Cuba.
[16] Década de los 50.
[17] Milicias Nacionales Revolucionarias creadas en 1961
[18] Emisión radiada desde el seno de la Sierra Maestra
fundada por Ernesto Guevara (Che)
[19] 17 de abril de 1961.
[20] También llamada Crisis de Octubre (1962) provocada
por la denuncia de EEUU de la existencia de armas nucleares en Cuba y la
negativa del gobierno a dejar entrar inspectores foráneos o a que se retiraran
los cohetes sin su consentimiento.
[21] Cantante de baladas de origen Chileno.
[22] Martí, j. OC. Tomo 16 Pág. 62. La Habana. Editorial
Pueblo y Educación 1975.
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