domingo, 7 de julio de 2013

MAGIA Y REALIDAD DE LOS BOSQUES CUBANOS





Autora: MsC Elizabeth Azopardo Núñez

Si ha vivido el encanto de rodearse de la magia de un bosque cubano, ya conoce al “Duende de la Felicidad”. No se trata del “guije”[1] de la charca, ni de aquel que agazapado en las ramas, murmura quedamente; ni de la tibia brisa que parece rozarlo con la punta de sus delgados y húmedos dedos... Es que toda la atmósfera reinante en derredor, despierta en su cuerpo una dimensión insospechada, que a partir de ese momento usted no podrá ignorar.

La espiritualidad, antes regodeada en la pereza, se mezclará con el ambiente y sin advertirlo nos trasportaremos a la época en que todo se hallaba cubierto de bosques[2] y hombre alguno había hoyado nuestro suelo. La magia y la realidad de la foresta alborea se expresa entonces con lenguaje propio y surgen las manifestaciones culturales y artísticas del pueblo.

Razón tenía Martí cuando afirmaba[3]: “...confiar en la armonía de nuestra naturaleza y en esa constante relación de la naturaleza y el hombre, cuyo conocimiento da a la vida un nuevo sabor, y priva a la tristeza de buena parte de su veneno y de su amargura”.[4]

Ya desde los primeros atisbos de nacionalidad, las expresiones literarias de los cubanos se caracterizaron por los temas vinculados a la tierra, como expresión primaria del concepto patria. Nombres como los de Arango, Caballero, Zequeira y Rubalcaba (1762-1819), exponentes de la inteligencia criolla de la época, se hallan vinculados a los productos de su tierra y entre ellos a los bosques. En la “Silva Cubana”, Rubalcaba nos dice:

“Amable más que el guindo
y que el árbol precioso de la uva
es acá el tamarindo
licores admirables saca Cuba
de su fruto precioso, que fermenta,
al másico mejor que Horacio mienta”

De esta forma, el barroquismo insular, manifiesto en una profusión de colores y sabores de tónica nueva, rompe los estrechos moldes del estilo importado, para darnos un producto híbrido, foráneo en lo formal, pero con una médula profundamente antillana.[5]

Pero los bosque cubanos van mucho más allá de la pura expresión literaria, ellos están inversos en la costumbres, modos de vida y prácticas de subsistencia de la propia nación. 

Aunque desaparecidos como grupo social desde la primera etapa de la colonización española, los aborígenes  -primeros habitantes del Archipiélago- aportaron a la cubanía expresiones lingüísticas, ritos, creencias y formas de subsistencia relacionadas con el bosque y su magia. Hacia principios del siglo XVI, aún antes de la conquista, estos grupos humanos -en distintos estadíos del neolítico- desarrollaron, entre otras prácticas, el cultivo de la yuca, el tabaco, el boniato y algo de maíz y conjuntamente con ellos, el sistema de quema de los bosques para la ocupación agrícola, que se mantuvo fundamentalmente entre los montañeses, casi hasta nuestros días.

Por otra parte los negros africanos, introducidos en las Isla a partir de la trata esclavista durante el régimen colonial español[6], trajeron con ellos una cultura de subsistencia muy vinculada a los frutos que les brindaban los grandes bosques vírgenes de su tierra natal y la que se manifestaba en sus ritos y creencias.

Por ejemplo, algunos de los componentes del accionar mágico de la “Regla de Palo Monte”[7], ponen de manifiesto la significación del bosque para sus practicantes. En la nganga[8], el palero cubano coloca un trozo de cañabrava hueca como sahumerio, trocitos de palo de ceiba, laurel, siguaraya, caoba, guara, yaya, rompesaraguey, tengue, cocuyo, zarza jocuma, amansaguapo, guamá de costa, macagua, dagame, moruro, jagüey, pino de la tierra y las yerbas: sensitiva, canutillo, grama, barba de indio, escoba india; así como, los bejucos: batalla, jimagua, cocúmpeda, legaña de aura, madina, y otros existentes en nuestros bosques.[9]

Como en otras culturas, esta manifestación sincrética traslada a los referentes culturales de las amplias masas en Cuba, el error del animismo y de la magia homeopática[10] y por ello se relacionan la solidez y fortaleza de los palos, con los éxitos del trabajo que realiza el practicante y las características de los bejucos -a los cuales se le atribuye la capacidad de ser muy escurridizos y difíciles de hallar- con la protección del accionar palero ante ojos extraños, o para confundir a quienes observan su trabajo. En el caso del bejuco madrina o pierde camino, consideran los creyentes que es un “bejuquillo brujísimo” y debe colocarse primero en la nganga; si el palero lo nombra, o lo pisa, la planta lo amarra, lo pierde en la nfinda (selva) y no puede salir de ésta hasta que ella no quiera. Por la misma razón se considera que si se quiere que una persona huya del lugar que más frecuenta, deben usarse polvo de diferentes bejucos. Entre estos se destaca la grama, alabada en un canto palero que dice así:[11]
“La grama, la grama, Nené.
¡Vamos amarra al blanco!
No hay blanco que me  engatuse
No hay justicia que me enrede (confunda)
Si tiene ojos no me ve.
Si tiene oídos no me oye
Si tiene dedos no me coge
Si tiene piernas no me alcanza
Si tiene poderes no me detiene
Blanco, tú no vas a ninguna parte
¡Grama, vamos, enreda al blanco!
Brazo Fuerte[12], no hay cambio
Sube al cielo, baja a tierra
Cabo de Vela[13] está esperando.

La música, como la pintura y el gravado, estuvieron en la época muy influenciadas por las étnias africanas, porque fueron manifestaciones artísticas cultivadas fundamentalmente por negros y mulatos. Por ejemplo, en la Región Oriental, la contradanza -en su largo peregrinar Europa, Haití, Cuba- fusiona los modelos clásicos con el aporte de la música africana: el cinquillo junto al cocuyé[14].

Como se puede apreciar en estos y en muchos otros ejemplos que pudiesen traerse a colación, el bosque se encuentra íntimamente vinculado a la cultura cubana y atentar contra su permanencia pudiese convertirse en un bumerán para perpetuarnos como nación.  Todo aquello que tiende a globalizarnos, nos debilita y nos anula; todo aquello que fortalece  nuestras raíces e identidad, nos enriquece. Por ello salvar el bosque es también salvar nuestra cultura.

Aunque fueron nuestros aborígenes los que iniciaron la quema y tumba del bosque, no es precisamente a ellos a los que se les puede atribuir el 70% de los bosques perdidos. Después de la ocupación española, parte de nuestros bosques fueron a conformar el maderamen de las embarcaciones y las construcciones suntuarias de la corona y el clero de la metrópolis, como se puede apreciar en el convento de San Lorenzo del Escorial; finalmente su enemigo mortal fue el desarrollo capitalista de la industria azucarera en el país.

Hacia 1819 -con el propósito de utilizarla como energía en los ingenios- se  talaban para leña, casi 6710 ha. anuales y en el año 1900, sólo quedaba cubierto de bosque el 41 % del Archipiélago. En lo adelante la vigorosa expansión de la industria cañera, estimulada por la introducción del capital norteamericano, le asestaría el golpe demoledor al resto de la superficie boscosa.

También en la época de la expansión imperialista, miles y miles de campesinos son desalojados de sus tierras y obligados a marchar a las montañas por los latifundistas. Allí, para la subsistencia de sus familias, practican la única agricultura posible según la topografía accidentada del terreno y sus escasos aperos de labranza, la nómada o migratoria y retoman la vieja técnica empleada por los aborigen de la quema y tumba de monte. Si el bosque estorba para la implantación del monocultivo, también se quema y lo poco que se utiliza del mismo, es empleado en la construcción de vías férreas, o como postes. ¡Traviesas de caoba y cercas de sabina de costa, estremecen la conciencia nacional!.

De hecho, la destrucción del bosque para el desarrollo agroindustrial, o para la subsistencia, se manifiesta dentro de las relaciones capitalistas de producción como contradicción entre el hombre y su medio natural y se apropia de los referentes culturales de los cubanos. Ambos se excluyen, porque el aparente beneficio de uno se manifiesta como perjuicio del otro; sin embargo, a la vez se presuponen, porque el hombre es unidad de lo natural y lo social.

En 1959, año en que triunfa la Revolución Socialista en Cuba, sólo quedan 1817234 ha de bosques, o sea, el 16% del territorio nacional, dispersos en las penínsulas de Guanacabibes y Zapatas, al sur de la entonces Isla de Pinos, Ciego de Ávila y Camaguey y en las zonas montañosas. Peor aún es que quedan en la mente y el espíritu del cubano -factores de evolución más lenta que las trasformaciones socioeconómicas que se producen- la secuela de más 4 siglos de prácticas nocivas que influyeron negativamente en nuestra cultura medioambiental.

Y a medida que se estimula la reforestación y la conservación de los bosques; a la vez que se rejuvenece el antiquísimo amor a la tierra que hoy es la  Patria en grado superlativo, Portacarrero nos embellece con sus “Floras” cubanísimas y los poetas siguen cantando y estimulando el  reverdecer el entorno, como Ramón Fernández Larrea[15], quién nos dice:

Hemos sembrado árboles 
evoco
aquel leve almendro donde puse
mi esperanza a la sombra que elevara
junto a los blancos muros de la escuela

Me he bebido los años y no he visto
el tronco adolescente,
su osadía

Alguien hay de seguro que a su sombra
palidece y respira

aunque el árbol olvide
cómo eran las manos que anidaron sus raíces

Y otros sueñen con él
Y nadie sepa.


[1] Duende que acusa la leyenda popular como habitante de los bosques cubanos.
[2] Los que alcanzan, aún en la actualidad, el 18% de su territorio. Rivero Glean, Manuel. Conozca a Cuba. Flora y Fauna. Editorial José Martí 1999. pág.47-49.
[3] Héroe Nacional de Cuba.
[4] O.C., t.23, p.328
[5] Cuadra Dolores. La cultura cubana en el siglo XIX. 1966. Tesis de Doctorado.
[6] (1492-1898)
[7] Sistema de creencias que surge en Cuba como resultado de la transculturación y el sincretismo que sufren algunas etnias de origen bantú al integrarse a nuestra nacionalidad
[8] Cuerno donde los adivinos y yerberos del África Bantú guardaban sus polvos, ungüentos y brebajes
[9] Cabrera Lidia. El Monte, La Habana 1954. Editado CR
[10] Concederle capacidad de accionar a las plantas y suponer que las cosas a las que se parecen son idénticas a ellas.
[11] Versión en español, tomado de Frazer, G. James. La Rama Dorada. Edit. Ciencias Sociales. La Habana 1972.
[12] Deidad.
[13]  
[14] Música Haitiana.
[15] Premio UNEAC de poesía (1985),

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