MsC Elizabeth Azopardo
Introducción:
La hermenéutica es la
disciplina de la interpretación, trata de comprender textos; lo cual es —dicho
de manera muy amplia— colocarlos en sus contextos respectivos. Con eso el
intérprete los entiende, los comprende, frente a sus autores, sus contenidos y
sus destinatarios, estos últimos tanto originales como efectivos[1].
En
el caso de la obra que se trata: “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, nos
enfrentamos a un autor que pretende narrar -a través de la supuesta recreación
de un manuscrito del siglo XIV y utilizando como recurso literario el género
policiaco con un toque sentimental- la crisis por la que atravesaba la
autoridad eclesiástica, establecida y bendecida durante toda la etapa de
“oscurecimiento de Europa”, pero que ya desde esa época había comenzado a
manifestar su descomposición y decadencia. Esta se agudiza con el renacimiento
y las trasformaciones socioeconómicas de los siglos XIV y XV.
Pretendemos
entonces analizar la intención del autor en el mencionado texto. Puede decirse
que en la hermenéutica la pregunta es un juicio prospectivo, está en proyecto.
Se hace juicio efectivo cuando se contesta la pregunta. Por ello para el
cumplimiento del objetivo propuesto se parte de un cuestionamiento ¿existe en
el texto una intención aparente y una intención real? La primera de ellas está
explícita en la propia obra cuando el autor afirma “Así pues, me siento libre
de contar, por el mero placer de fabular, la historia de Adso de Mek, y me
reconforta y consuela el verla tan inconmensurablemente lejana en el tiempo
(ahora que la vigilia de la razón ha ahuyentado todos los monstruos que su
sueño había engendrado), tan gloriosamente desvinculada de nuestra época,
intemporalmente ajena a nuestras esperanzas y a nuestra certezas”[2].
Por
otra parte, se descubre algo más que placer de fabular en la intención del
autor, por lo que este trabajo parte del supuesto de que pretendía además una
crítica a las trabas que oponía el dogma cristiano al conocimiento de la época,
haciendo aportes en el plano psicosocial que trascienden a la misma.
Cómo
método en el análisis se ha escogido la pragmática, que puede entenderse, desde
el punto de vista de la hermenéutica, como traducir o trasladar a uno mismo lo
que pudo ser la intención del autor, captar su intencionalidad. Con la
explicación-comprensión que da la búsqueda del mundo que puede corresponder al
texto, se llega a esa objetividad que significa la intención del autor. Por
esta vía se usa un método hipotético-deductivo, método según el cual en la
interpretación se emiten hipótesis interpretativas frente al texto, para tratar
de rescatar la verdadera intención.
De
ello se deduce la actualidad e importancia de este trabajo. En primera
instancia, se tratada de una obra literaria escrita en 1980, de amplia difusión
y aceptación, cuya referencia a una etapa particularmente lejana, requiere de
los auxilios de la hermenéutica para su plena comprensión. En segundo lugar,
esta ciencia nos ayuda a colocar los textos literarios en sus contextos
respectivos y el presentado en la obra que se trata, es de especial
significación –entre otras razones- para comprender por qué el proceso histórico
que conocemos como “La Reforma”
fue necesario y posible; así como, para entender la significación de la risa y
la comicidad desde el punto de vista de la historia de la filosofía.
DESARROLLO:
- Principios generales de la hermenéutica.
La
hermenéutica tiene sus orígenes históricos desde los griegos. Aristóteles, en
su Peri hermeneias, dejó muchas ideas inapreciables sobre ella. Los
medievales, con su exégesis bíblica de los cuatro sentidos de la Escritura,
fueron afanosos cultivadores suyos. El renacimiento llevó al máximo la
significación simbólica de los textos, al tiempo que originó la filología más
atenida a la letra. La modernidad lleva adelante esa filología, con tintes de
cientificismo, hasta que, en la línea del romanticismo, Schleiermacher[3]
resucita la teorización plenamente hermenéutica. Su herencia se recoge en
Dilthey[4],
que la aplica a la filosofía de la cultura y de la historia. De él supo
recogerla Heidegger[5], en sus intrincadas
reflexiones sobre el ser y el hombre. La transmite a Gadamer[6],
el cual ha influido sobre otros más recientes, como Ricoeur[7]
y Vattimo[8].
Esta genealogía de la hermenéutica sigue viva actuante[9].
Una
ciencia se define por su objeto. El objeto de la hermenéutica es el texto y su objetivo o finalidad es la comprensión del
texto mismo, la cual tiene como intermediario o medio principal la
contextuación. Es poner un texto en su contexto y aplicarlo al contexto actual.
En
cuanto a la división de la hermenéutica en clases se han propuesto tres tipos
de interpretación: (1) la intransitiva, o meramente recognitiva, como la
filológica y la historiográfica, cuya finalidad es el entender el texto en sí
mismo; (2) la transitiva, o reproductiva, o representativa, o traductiva, como
la teatral y la musical, cuya finalidad es hacer entender el texto; y (3) la
normativa o dogmática, como la jurídica y la teológica, cuya finalidad es la
regulación del obrar[10].
Pero a ello se puede objetar que toda interpretación recognitiva y normativa es
reproductiva o traductiva; por lo cual, quizá haya que poner como clasificación
tres tipos de traducción, según las tres finalidades que se le pueden dar:
comprensiva, reproductiva y aplicativa. Y además, podrían señalarse dos
aspectos: uno en el que se buscara la teoría del interpretar, y otro en el que
se enseñara a hacer en concreto la interpretación; esto es, el aspecto teórico
y el práctico. Con ello tendríamos la división interna de la hermenéutica, en
dos partes: la hermenéutica como doctrina y como utensilio, también, como
teoría y como instrumento de la interpretación.
La
metodología de la hermenéutica puede plantearse en tres pasos: el primer
momento tocaría la sintaxis. En ese primer paso se va al significado textual o
intratextual e incluso al intertextual. La razón es que el significado
sintáctico es el que se presupone en primer lugar; sin él no puede haber (como
aspectos del análisis) semántica ni pragmática. Además, la
explicación pertenece a la semántica, pues tiene que ver con la conexión del
texto con los objetos que designa. Y la aplicación toca a la pragmática, ya que
puede entenderse como traducir o trasladar a uno mismo lo que pudo ser la
intención del autor. Con la aplicación pragmática se llega a esa objetividad
del texto que es la intención del autor.
Ya
que se ha visto que en el acto de interpretación confluyen el autor y el
lector, y el texto es el terreno en el que se dan cita, el énfasis puede hacerse
hacia uno o hacia otro, al extraer del texto el significado. Hay quienes
quieren dar prioridad al lector, y entonces hay una lectura más bien
subjetivista; hay quienes quieren dar prioridad al autor, y entonces hay una
lectura más bien objetiva. Pero hay que mediar, y sabiendo que siempre se va a
inmiscuir la intención del intérprete, tratar de conseguir, lo más que se
pueda, la intención del autor[11]. Podríamos, así, hablar de una "intención
del texto"[12], pero tenemos que
situarla en el entrecruce de las dos intencionalidades anteriores. Así, la
verdad del texto comprende el significado o la verdad del autor y el
significado o la verdad del lector, y vive de su dialéctica. Podremos conceder
algo más a uno o a otro (al autor o al lector), pero no sacrificar a uno de los
dos en aras del otro.
- Contexto histórico de la obra.
El contexto histórico de la obra es
indiscutiblemente un período de transición para el mundo, en los planos
económicos, políticos, sociales e intelectuales. Un nuevo sistema socioeconómico
se abre paso dejando atrás la base y la superestructura medieval. Es un proceso
lento que dura varios siglos y que se produce de abajo hacia arriba, o sea,
comenzando por su base y llegando a su superestructura, para finalmente
triunfar con la instauración de una nueva clase en el poder: la burguesía.
Uno de los poderes que deja a tras el
capitalismo es el ilimitado poder ideológico de la Iglesia. El siglo XII
fue el del progreso de la especulación racional, el instrumento dialéctico
forjado en la primera mitad fue empleado con entusiasmo. Sobre todo el adelanto
de las comunicaciones y el acortamiento de las distancias hicieron más íntimo
el contacto con las filosofías precristianas.
Hacia 1225, los maestros de las escuelas parisienses, tras las hullas de
Guillermo de Auvernia, empezaron a aplicar de manera deliberada los métodos de
la filosofía racional a los problemas teológicos. Ambos factores constituyeron
elementos de enriquecimiento y rejuvenecimiento de la espiritualidad cristiana
que atentaron contra su unidad dogmática.
Otra tendencia contraria a la iglesia
durante el siglo XIII fue el desarrollo de los órganos financieros del poder
creciente de las monarquías temporales, mientras que la exención de los
eclesiásticos con respecto a las imposiciones fiscales era reivindicada con
vigor. Sin embargo, se produce un progreso material general que llevó, tanto a
eclesiásticos como a civiles, a la infidelidad declarada a los preceptos
cristianos y consecuentemente a vicios como la corrupción, la lujuria, el
crimen y otros, que aunque ya existían, se exacerbaron bajo las nuevas
condiciones. Se perdía el temor a Dios y
al Diablo.
El hombre común se persuadía de que
los curas predicaban una moral rígida, en tanto vivían de manera inmoral. Los
representantes de la iglesia se emborrachaban y hartaban, visitaban
prostíbulos, practicaban juegos de azar y los curas indignos se convirtieron en
una enfermedad para la iglesia.
En la época a que se refiere la obra
de Eco, se había recrudecido toda la crítica contra el papado. De todos los
papas del siglo XIV, tan sólo Urbano V, indiscutiblemente un santo varón[13],
se libró de ellas. El nepotismo de Clemente VI[14]
y de Juan XXII, sus libertades excesivas y avaricia, daban lugar a justificados
reproches, pero sobre todo eran muestra de la creciente falta de respecto a los
pontífices
Sólo la división política de Italia
impidió que el papado se trocara prematuramente en una institución bajo el
control del Estado, como sucedió en el siglo XIV con el papado de Aviñón,
cuando el Papa se refugió en esta ciudad del sur de Francia, en busca de la
protección del rey, quedando bajo la influencia directa del mismo[15].
En resumen, por exageradas que fueran
algunas de las acusaciones, contribuyeron, en aquellos momentos, a comprometer
el poder espiritual en el juego de rivalidades políticas y a disminuir de
manera notable el valor de su crédito.
En 1327[16],
cuando Adson de Melk, afirma que ocurrieron los hechos que más tarde
traduce el abate Vallet y que nos
presenta Humberto Eco, Luis de Babiera tuvo la suerte de ceñir la corona, a
pesar del Papa, en la
Ciudad Eterna, sujeta a interdicto (1328); éxito efímero y
más aparente que real: ningún cardenal había abandonado a Juan XXII por la
presión imperial y nadie tomaba en serio al antipapa, Pedro de Corvara. La
lucha exacerbada entre el Imperio y el Papado permitió al espíritu laico de los
teorizadores del poder llegar a audacias hasta entonces desconocidas.
Finalmente los padres de Constanza deponen a Juan XXII como “Inútil y
peligroso”[17]
Todo lo anteriormente expuesto pone de
manifiesto que con la nueva era que se abría en los siglos XIV y XV y que daba
paso al capitalismo mercantil, se pone fin al poder ilimitado de la Iglesia que había sido en
épocas más afortunadas del medievo el principal terrateniente de Europa,
llegando a poseer 1/3 de las tierras cultivables del continente. Pero más
cercano al tema que ocupa, a partir de este momento, la iglesia tendrá que
compartir su liderazgo ideológico con modernas tendencias filosóficas, estimuladas
por el racionalismo, e incluso nuevas posiciones teológicas inspiradas por La Reforma.
3.
La intención
real del autor.
“El nombre de la rosa”, obra plagada
de crímenes, promiscuidad,
homosexualismo, violaciones y corrupción, por además, dentro de un
monasterio dedicado a preservar la sabiduría, es un símbolo perfecto –aunque
dantesco- de la época de decadencia que vivía la Iglesia en el siglo XIV.
El móvil principal del asesino era preservar un libro de Aristóteles, que según
él, ponía en peligro todo el dogma católico, a partir de la afirmación de que
la lengua de los simples[18]
es portadora de algún saber.
Haciendo un análisis particular del
Séptimo Día, Págs. 675-719, penúltimo capítulo de la obra, se pueden arribar a
conclusiones determinantes en relación con la intención del autor, que dan
respuesta a la pregunta planteada[19].
No se proponía Humberto Eco solamente el simple placer de fabular una historia
alejada en el tiempo, en un momento en que podía liberarse de los fantasmas que
atormentaron al novicio Adson de Melk. O, como refieren algunos críticos,
utilizando como recurso literario el género policiaco, con una nota de
sentimentalismo, expresa en el adolescente que se enfrenta a su primer amor y
que finalmente es el tema que le da título a la obra, ganar el favor del
público. Su intención era mucho mayor y profunda.
A juicio de la autora, la obra
contiene una profunda reflexión filosófica que se pone de manifiesto en el
desenlace. ¿Qué buscaban todos?, ¿por qué morían y por qué mataban? Por el
conocimiento de lo prohibido por el doma católico.
El conocimiento está en la obra de Eco
simbolizado en “El filósofo”, aquel que puso en peligro todos los preceptos que
tocó: Aristóteles. Al decir del propio
Jorge, personaje que representa el guardián del dogma católico, se afirma:
“Cada libro escrito por ese hombre ha destruido una parte del saber que la
cristiandad había acumulado durante siglos”[20]:
el Verbo se transforma en la parodia humana de las categorías y del silogismo;
el universo se reinterpreta en términos de materia sorda y viscosa y los
nombres divinos se han vuelto a enunciar siguiendo las vías de la razón
natural. El filósofo había trastocado la imagen del mundo, pero el
bibliotecario ciego temía porque llegara a trastocar la imagen de Dios.
Lo que aquí simboliza Humberto Eco en
la figura de Aristóteles, son las consecuencias del renacimiento de la
sabiduría antigua, aparentemente olvidada y que permanecía encerrada en los
monasterios, durante el “oscureciendo de Europa”. Este proceso trasformó desde
el punto de vista intelectual, ideológico y artístico el mundo moderno, tomando
como base filosófica el racionalismo y abriendo una nueva era para la
humanidad.
Pero hay en este simbolismo además un
juicio particularmente trascendente –en opinión de la autora. El libro perdido
o nunca escrito de Aristóteles[21],
se refiere al papel de la comicidad, de la risa, en la vida del hombre moderno
y por qué no, también del posmoderno.
“Jorge”, el guardián del oscurantismo,
temía en particular a esta influencia del “filósofo”. Según su opinión – claro,
la del creador del personaje- “aquí se invierte la función de la risa, se la
eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte
en objeto de la filosofía y de pérfida teología”[22].
Y agrega: -“La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta
de los tontos también el diablo aparece pobre y tonto y por tanto,
controlable”... “este libro podría enseñar que librarse del miedo al diablo es
un acto de sabiduría”. [23] “Pero la ley se impone a
través del miedo[24], cuyo verdadero nombre es
el temor a Dios”… “la risa sería un nuevo arte capaz de aniquilar el miedo”…”
destruir la muerte a través de la emancipación del miedo”… Y este supuesto
libro, que presenta como milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al
mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de
la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los
falsos sabios a tratar de redimir (diabólica inversión) lo alto a través de la
aceptación de lo bajo”[25]
¿Qué pertenece a Aristóteles y a la
historia de la filosofía en esta interpretación de la risa y la comicidad y qué
a la intención del autor de este libro?
La más antigua definición de cómico
pertenece a Aristóteles que lo consideró “algo equivocado o feo que no procura
ni dolor ni daño”[26]
Lo “equivocado” como carácter de lo cómico –significa para Aristóteles- lo
imprevisto y por lo tanto no razonable, un contraste en una situación de
tensión.
Estas anotaciones han perdurado a lo
largo de la historia de la filosofía: Hobbes insistió en su carácter inesperado
y lo relacionó con la conciencia de la propia superioridad; Kant lo reduce a la
solución inesperada. La
Ilustración vio en la risa un correctivo contra el fanatismo,
a la par que la manifestación del buen humor. Hegel la llegó a considerar
como la posesión satisfecha de la verdad
y la identifica en otros términos con la felicidad segura de sí, que puede
soportar el descalabro de sus proyectos, como una idealización romántica,
exagerando el sentimiento de superioridad y equívoco que ya Aristóteles había
visto en ella.
Según lo expuesto, la intención del
autor de “El nombre de la rosa” ahora queda clara. En su obra muestra como
predicción que hoy en día y desde el triunfo del racionalismo, la risa y la
comicidad constituyen una verdad científica para los doctos o letrados y le da
la razón a Aristóteles de haber sido el primero en plantearse el problema desde
la antigüedad.
Conclusiones:
La hermenéutica como ciencia o arte de
la interpretación, constituye un instrumento indispensable para la plena
comprensión de textos, que como el analizado, trasmiten mensajes invaluables.
Sin ella estaríamos perdidos en el laberinto de estos.
La época histórica que recrea la obra
“El nombre de la rosa” –no por lejana- deja de recordarnos que el
oscurecimiento del conocimiento es la antesala del dogma. En el saber está la
forma de educar al hombre libre de prejuicios, flexible e inteligente que
necesita el futuro.
Sólo queda darles las gracias a
Humberto de Eco, porque a pesar del tortuoso camino que escogió, las gentilezas
de la hermenéutica han permitido que su mensaje de optimismo y sabiduría quede
claro para las generaciones actuales y futuras.
En ello va el mensaje del autor,
trabajar racional y emocionalmente el papel de la risa y la comicidad no es
sólo labor de dramaturgos o artistas; sino también, en la actualidad, de
filósofos, psicólogos, sociólogos, pedagogos, etc. Su importancia hizo
tambalear un poder indiscutible y terminó destruyendo un dogma centenario. En
un rasgo esencialmente humanista. ¡Riamos!
Bibliografía:
Abbagnano, N. Diccionario de Filosofía.
Ediciones Revolucionaria. La
Habana 1963.
Betti,
E. Teoria generale della interpretazione, Milano, 1955.
Beuchot, M. Perfiles esenciales de la
hermenéutica: hermenéutica analógica. www.ensayistas.org
Beuchot,
M. "Naturaleza y operaciones de la hermenéutica según Paul Ricoeur",
en Pensamiento (Madrid), 50/196 (1994), pp. 143-152.
Eco, Humberto. El nombre de la rosa. Editorial
Arte y Literatura. La Habana,
1989. Pág. 9
Eco
Humberto. Los límites de la
interpretación, Barcelona: Ed. Lumen, 1992, p. 29.
Ferraris
Cf. M. Storia dell’ermeneutica,
Milano: Bompiani, 1989 (2a. ed.).
García
Prada, J. M. "La producción del sentido en los textos", en Estudios
Filosóficos, 42 (1993), pp. 234.
Janáceck, J. La Reforma, en Enciclopedia Popular. T
36 La Habana,
1966. Pág. 16
Perroy E. La Edad Media, en Historia Universal,
Medieval, selección de lecturas. La
Habana, Instituto Cubano del Libro. 1973. Pág. 418
[1] Beuchot, M. Perfiles esenciales
de la hermenéutica: hermenéutica analógica. www.ensayistas.org
[3] Friedrich Ernst
Daniel Schleiermacher (1768-1834), teólogo
alemán. Nacido
en la actual ciudad polaca (entonces prusiana) de Wrocław, hijo de un pastor
protestante, estudió bajo la férula de los Hermanos Moravos.
[4] Wilhelm Dilthey (1833-1911), filósofo de la historia y
la cultura alemán, cuyas teorías han influido de forma notable en teología y
sociología.
[5] Martin Heidegger (1889-1976), filósofo
alemán. Fundador de la denominada fenomenología existencial, está considerado
uno de los pensadores más originales del siglo XX.
[6] Hans-Georg Gadamer (1900-2002), filósofo
alemán, autor de una original teoría de hermenéutica filosófica que le concedió
un destacado puesto en la historia de la filosofía del siglo XX.
[8] Gianni Vattimo (1936- ), filósofo italiano. Nacido en
Turín, fue discípulo del también pensador italiano Luigi Pareyson y del alemán
Hans-Georg Gadamer. Profesor en la universidad de su ciudad natal, se
distinguió en el campo de la hermenéutica filosófica, así como por sus estudios
sobre Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger
[9] Cf. M. Ferraris, Storia
dell’ermeneutica, Milano: Bompiani, 1989 (2a. ed.).
[10] E. Betti, Teoria
generale de la interpretazione, Milano, 1955.
[11] J. M. García
Prada, "La producción del sentido en los textos", en Estudios
Filosóficos, 42 (1993), pp. 234 ss. Ver también M. Beuchot,
"Naturaleza y operaciones de la hermenéutica según Paul Ricoeur", en Pensamiento
(Madrid), 50/196 (1994), pp. 143-152.
[12] Umberto Eco
la llama intentio operis, distinta de la intentio auctoris y de
la intentio lectoris. Cf. U. Eco, Los límites de la interpretación,
Barcelona: Ed. Lumen, 1992, p. 29.
[13] Perroy E. La Edad Media, en
Historia Universal, Medieval, selección de lecturas. La Habana, Instituto Cubano
del Libro. 1973. Pág. 418
[14] A decir del
propio Humberto Eco en su obra Clemente V había trasladado la sede apostólica a
Aviñón, dejando a Roma a merced de las ambiciones de los señores locales, y
poco a poco la ciudad se fue transformando en un circo o un lupanar. El
emperador Ludovico entró en Italia para restaurar la dignidad del sacro imperio
romano y para confusión del usurpador, Juan XXII (Jacques Cahors), francés y
devoto al rey de Francia, al que califica de simoniaco y heresiarca y quien
había enfrentado a los caballeros templarios.
[19] ¿Existe en el texto una intención
aparente y una intención real?
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