domingo, 7 de julio de 2013

El nombre de la rosa. La intención del autor.




MsC Elizabeth Azopardo

Introducción:

La hermenéutica es la disciplina de la interpretación, trata de comprender textos; lo cual es —dicho de manera muy amplia— colocarlos en sus contextos respectivos. Con eso el intérprete los entiende, los comprende, frente a sus autores, sus contenidos y sus destinatarios, estos últimos tanto originales como efectivos[1].

En el caso de la obra que se trata: “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, nos enfrentamos a un autor que pretende narrar -a través de la supuesta recreación de un manuscrito del siglo XIV y utilizando como recurso literario el género policiaco con un toque sentimental- la crisis por la que atravesaba la autoridad eclesiástica, establecida y bendecida durante toda la etapa de “oscurecimiento de Europa”, pero que ya desde esa época había comenzado a manifestar su descomposición y decadencia. Esta se agudiza con el renacimiento y las trasformaciones socioeconómicas de los siglos XIV y XV.

Pretendemos entonces analizar la intención del autor en el mencionado texto. Puede decirse que en la hermenéutica la pregunta es un juicio prospectivo, está en proyecto. Se hace juicio efectivo cuando se contesta la pregunta. Por ello para el cumplimiento del objetivo propuesto se parte de un cuestionamiento ¿existe en el texto una intención aparente y una intención real? La primera de ellas está explícita en la propia obra cuando el autor afirma “Así pues, me siento libre de contar, por el mero placer de fabular, la historia de Adso de Mek, y me reconforta y consuela el verla tan inconmensurablemente lejana en el tiempo (ahora que la vigilia de la razón ha ahuyentado todos los monstruos que su sueño había engendrado), tan gloriosamente desvinculada de nuestra época, intemporalmente ajena a nuestras esperanzas y a nuestra certezas”[2].

Por otra parte, se descubre algo más que placer de fabular en la intención del autor, por lo que este trabajo parte del supuesto de que pretendía además una crítica a las trabas que oponía el dogma cristiano al conocimiento de la época, haciendo aportes en el plano psicosocial que trascienden a la misma.

Cómo método en el análisis se ha escogido la pragmática, que puede entenderse, desde el punto de vista de la hermenéutica, como traducir o trasladar a uno mismo lo que pudo ser la intención del autor, captar su intencionalidad. Con la explicación-comprensión que da la búsqueda del mundo que puede corresponder al texto, se llega a esa objetividad que significa la intención del autor. Por esta vía se usa un método hipotético-deductivo, método según el cual en la interpretación se emiten hipótesis interpretativas frente al texto, para tratar de rescatar la verdadera intención.

De ello se deduce la actualidad e importancia de este trabajo. En primera instancia, se tratada de una obra literaria escrita en 1980, de amplia difusión y aceptación, cuya referencia a una etapa particularmente lejana, requiere de los auxilios de la hermenéutica para su plena comprensión. En segundo lugar, esta ciencia nos ayuda a colocar los textos literarios en sus contextos respectivos y el presentado en la obra que se trata, es de especial significación –entre otras razones- para comprender por qué el proceso histórico que conocemos como “La Reforma” fue necesario y posible; así como, para entender la significación de la risa y la comicidad desde el punto de vista de la historia de la filosofía. 

DESARROLLO:
  1. Principios generales de la hermenéutica.
La hermenéutica tiene sus orígenes históricos desde los griegos. Aristóteles, en su Peri hermeneias, dejó muchas ideas inapreciables sobre ella. Los medievales, con su exégesis bíblica de los cuatro sentidos de la Escritura, fueron afanosos cultivadores suyos. El renacimiento llevó al máximo la significación simbólica de los textos, al tiempo que originó la filología más atenida a la letra. La modernidad lleva adelante esa filología, con tintes de cientificismo, hasta que, en la línea del romanticismo, Schleiermacher[3] resucita la teorización plenamente hermenéutica. Su herencia se recoge en Dilthey[4], que la aplica a la filosofía de la cultura y de la historia. De él supo recogerla Heidegger[5], en sus intrincadas reflexiones sobre el ser y el hombre. La transmite a Gadamer[6], el cual ha influido sobre otros más recientes, como Ricoeur[7] y Vattimo[8]. Esta genealogía de la hermenéutica sigue viva actuante[9].
Una ciencia se define por su objeto. El objeto de la hermenéutica es el texto y su  objetivo o finalidad es la comprensión del texto mismo, la cual tiene como intermediario o medio principal la contextuación. Es poner un texto en su contexto y aplicarlo al contexto actual.
En cuanto a la división de la hermenéutica en clases se han propuesto tres tipos de interpretación: (1) la intransitiva, o meramente recognitiva, como la filológica y la historiográfica, cuya finalidad es el entender el texto en sí mismo; (2) la transitiva, o reproductiva, o representativa, o traductiva, como la teatral y la musical, cuya finalidad es hacer entender el texto; y (3) la normativa o dogmática, como la jurídica y la teológica, cuya finalidad es la regulación del obrar[10]. Pero a ello se puede objetar que toda interpretación recognitiva y normativa es reproductiva o traductiva; por lo cual, quizá haya que poner como clasificación tres tipos de traducción, según las tres finalidades que se le pueden dar: comprensiva, reproductiva y aplicativa. Y además, podrían señalarse dos aspectos: uno en el que se buscara la teoría del interpretar, y otro en el que se enseñara a hacer en concreto la interpretación; esto es, el aspecto teórico y el práctico. Con ello tendríamos la división interna de la hermenéutica, en dos partes: la hermenéutica como doctrina y como utensilio, también, como teoría y como instrumento de la interpretación.
La metodología de la hermenéutica puede plantearse en tres pasos: el primer momento tocaría la sintaxis. En ese primer paso se va al significado textual o intratextual e incluso al intertextual. La razón es que el significado sintáctico es el que se presupone en primer lugar; sin él no puede haber (como aspectos del análisis) semántica ni pragmática. Además, la explicación pertenece a la semántica, pues tiene que ver con la conexión del texto con los objetos que designa. Y la aplicación toca a la pragmática, ya que puede entenderse como traducir o trasladar a uno mismo lo que pudo ser la intención del autor. Con la aplicación pragmática se llega a esa objetividad del texto que es la intención del autor.
Ya que se ha visto que en el acto de interpretación confluyen el autor y el lector, y el texto es el terreno en el que se dan cita, el énfasis puede hacerse hacia uno o hacia otro, al extraer del texto el significado. Hay quienes quieren dar prioridad al lector, y entonces hay una lectura más bien subjetivista; hay quienes quieren dar prioridad al autor, y entonces hay una lectura más bien objetiva. Pero hay que mediar, y sabiendo que siempre se va a inmiscuir la intención del intérprete, tratar de conseguir, lo más que se pueda, la intención del autor[11].  Podríamos, así, hablar de una "intención del texto"[12], pero tenemos que situarla en el entrecruce de las dos intencionalidades anteriores. Así, la verdad del texto comprende el significado o la verdad del autor y el significado o la verdad del lector, y vive de su dialéctica. Podremos conceder algo más a uno o a otro (al autor o al lector), pero no sacrificar a uno de los dos en aras del otro.
  1. Contexto histórico de la obra.
El contexto histórico de la obra es indiscutiblemente un período de transición para el mundo, en los planos económicos, políticos, sociales e intelectuales. Un nuevo sistema socioeconómico se abre paso dejando atrás la base y la superestructura medieval. Es un proceso lento que dura varios siglos y que se produce de abajo hacia arriba, o sea, comenzando por su base y llegando a su superestructura, para finalmente triunfar con la instauración de una nueva clase en el poder: la burguesía.

Uno de los poderes que deja a tras el capitalismo es el ilimitado poder ideológico de la Iglesia. El siglo XII fue el del progreso de la especulación racional, el instrumento dialéctico forjado en la primera mitad fue empleado con entusiasmo. Sobre todo el adelanto de las comunicaciones y el acortamiento de las distancias hicieron más íntimo el contacto con las filosofías precristianas.  Hacia 1225, los maestros de las escuelas parisienses, tras las hullas de Guillermo de Auvernia, empezaron a aplicar de manera deliberada los métodos de la filosofía racional a los problemas teológicos. Ambos factores constituyeron elementos de enriquecimiento y rejuvenecimiento de la espiritualidad cristiana que atentaron contra su unidad dogmática.

Otra tendencia contraria a la iglesia durante el siglo XIII fue el desarrollo de los órganos financieros del poder creciente de las monarquías temporales, mientras que la exención de los eclesiásticos con respecto a las imposiciones fiscales era reivindicada con vigor. Sin embargo, se produce un progreso material general que llevó, tanto a eclesiásticos como a civiles, a la infidelidad declarada a los preceptos cristianos y consecuentemente a vicios como la corrupción, la lujuria, el crimen y otros, que aunque ya existían, se exacerbaron bajo las nuevas condiciones.  Se perdía el temor a Dios y al Diablo.

El hombre común se persuadía de que los curas predicaban una moral rígida, en tanto vivían de manera inmoral. Los representantes de la iglesia se emborrachaban y hartaban, visitaban prostíbulos, practicaban juegos de azar y los curas indignos se convirtieron en una enfermedad para la iglesia.

En la época a que se refiere la obra de Eco, se había recrudecido toda la crítica contra el papado. De todos los papas del siglo XIV, tan sólo Urbano V, indiscutiblemente un santo varón[13], se libró de ellas. El nepotismo de Clemente VI[14] y de Juan XXII, sus libertades excesivas y avaricia, daban lugar a justificados reproches, pero sobre todo eran muestra de la creciente falta de respecto a los pontífices

Sólo la división política de Italia impidió que el papado se trocara prematuramente en una institución bajo el control del Estado, como sucedió en el siglo XIV con el papado de Aviñón, cuando el Papa se refugió en esta ciudad del sur de Francia, en busca de la protección del rey, quedando bajo la influencia directa del mismo[15].

En resumen, por exageradas que fueran algunas de las acusaciones, contribuyeron, en aquellos momentos, a comprometer el poder espiritual en el juego de rivalidades políticas y a disminuir de manera notable el valor de su crédito.

En 1327[16], cuando Adson de Melk, afirma que ocurrieron los hechos que más tarde traduce  el abate Vallet y que nos presenta Humberto Eco, Luis de Babiera tuvo la suerte de ceñir la corona, a pesar del Papa, en la Ciudad Eterna, sujeta a interdicto (1328); éxito efímero y más aparente que real: ningún cardenal había abandonado a Juan XXII por la presión imperial y nadie tomaba en serio al antipapa, Pedro de Corvara. La lucha exacerbada entre el Imperio y el Papado permitió al espíritu laico de los teorizadores del poder llegar a audacias hasta entonces desconocidas. Finalmente los padres de Constanza deponen a Juan XXII como “Inútil y peligroso”[17]

Todo lo anteriormente expuesto pone de manifiesto que con la nueva era que se abría en los siglos XIV y XV y que daba paso al capitalismo mercantil, se pone fin al poder ilimitado de la Iglesia que había sido en épocas más afortunadas del medievo el principal terrateniente de Europa, llegando a poseer 1/3 de las tierras cultivables del continente. Pero más cercano al tema que ocupa, a partir de este momento, la iglesia tendrá que compartir su liderazgo ideológico con modernas tendencias filosóficas, estimuladas por el racionalismo, e incluso nuevas posiciones teológicas inspiradas por La Reforma.

3. La intención real del autor.
“El nombre de la rosa”, obra plagada de crímenes, promiscuidad,  homosexualismo, violaciones y corrupción, por además, dentro de un monasterio dedicado a preservar la sabiduría, es un símbolo perfecto –aunque dantesco- de la época de decadencia que vivía la Iglesia en el siglo XIV. El móvil principal del asesino era preservar un libro de Aristóteles, que según él, ponía en peligro todo el dogma católico, a partir de la afirmación de que la lengua de los simples[18] es portadora de algún saber.

Haciendo un análisis particular del Séptimo Día, Págs. 675-719, penúltimo capítulo de la obra, se pueden arribar a conclusiones determinantes en relación con la intención del autor, que dan respuesta a la pregunta planteada[19]. No se proponía Humberto Eco solamente el simple placer de fabular una historia alejada en el tiempo, en un momento en que podía liberarse de los fantasmas que atormentaron al novicio Adson de Melk. O, como refieren algunos críticos, utilizando como recurso literario el género policiaco, con una nota de sentimentalismo, expresa en el adolescente que se enfrenta a su primer amor y que finalmente es el tema que le da título a la obra, ganar el favor del público. Su intención era mucho mayor y profunda.

A juicio de la autora, la obra contiene una profunda reflexión filosófica que se pone de manifiesto en el desenlace. ¿Qué buscaban todos?, ¿por qué morían y por qué mataban? Por el conocimiento de lo prohibido por el doma católico.

El conocimiento está en la obra de Eco simbolizado en “El filósofo”, aquel que puso en peligro todos los preceptos que tocó: Aristóteles.  Al decir del propio Jorge, personaje que representa el guardián del dogma católico, se afirma: “Cada libro escrito por ese hombre ha destruido una parte del saber que la cristiandad había acumulado durante siglos”[20]: el Verbo se transforma en la parodia humana de las categorías y del silogismo; el universo se reinterpreta en términos de materia sorda y viscosa y los nombres divinos se han vuelto a enunciar siguiendo las vías de la razón natural. El filósofo había trastocado la imagen del mundo, pero el bibliotecario ciego temía porque llegara a trastocar la imagen de Dios.

Lo que aquí simboliza Humberto Eco en la figura de Aristóteles, son las consecuencias del renacimiento de la sabiduría antigua, aparentemente olvidada y que permanecía encerrada en los monasterios, durante el “oscureciendo de Europa”. Este proceso trasformó desde el punto de vista intelectual, ideológico y artístico el mundo moderno, tomando como base filosófica el racionalismo y abriendo una nueva era para la humanidad.

Pero hay en este simbolismo además un juicio particularmente trascendente –en opinión de la autora. El libro perdido o nunca escrito de Aristóteles[21], se refiere al papel de la comicidad, de la risa, en la vida del hombre moderno y por qué no, también del posmoderno.

“Jorge”, el guardián del oscurantismo, temía en particular a esta influencia del “filósofo”. Según su opinión – claro, la del creador del personaje- “aquí se invierte la función de la risa, se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte en objeto de la filosofía y de pérfida teología”[22]. Y agrega: -“La risa libera al aldeano del miedo al diablo, porque en la fiesta de los tontos también el diablo aparece pobre y tonto y por tanto, controlable”... “este libro podría enseñar que librarse del miedo al diablo es un acto de sabiduría”. [23] “Pero la ley se impone a través del miedo[24], cuyo verdadero nombre es el temor a Dios”… “la risa sería un nuevo arte capaz de aniquilar el miedo”…” destruir la muerte a través de la emancipación del miedo”… Y este supuesto libro, que presenta como milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir (diabólica inversión) lo alto a través de la aceptación de lo bajo”[25]

¿Qué pertenece a Aristóteles y a la historia de la filosofía en esta interpretación de la risa y la comicidad y qué a la intención del autor de este libro?

La más antigua definición de cómico pertenece a Aristóteles que lo consideró “algo equivocado o feo que no procura ni dolor ni daño”[26] Lo “equivocado” como carácter de lo cómico –significa para Aristóteles- lo imprevisto y por lo tanto no razonable, un contraste en una situación de tensión.

Estas anotaciones han perdurado a lo largo de la historia de la filosofía: Hobbes insistió en su carácter inesperado y lo relacionó con la conciencia de la propia superioridad; Kant lo reduce a la solución inesperada. La Ilustración vio en la risa un correctivo contra el fanatismo, a la par que la manifestación del buen humor. Hegel la llegó a considerar como  la posesión satisfecha de la verdad y la identifica en otros términos con la felicidad segura de sí, que puede soportar el descalabro de sus proyectos, como una idealización romántica, exagerando el sentimiento de superioridad y equívoco que ya Aristóteles había visto en ella.

Según lo expuesto, la intención del autor de “El nombre de la rosa” ahora queda clara. En su obra muestra como predicción que hoy en día y desde el triunfo del racionalismo, la risa y la comicidad constituyen una verdad científica para los doctos o letrados y le da la razón a Aristóteles de haber sido el primero en plantearse el problema desde la antigüedad.

Conclusiones:

La hermenéutica como ciencia o arte de la interpretación, constituye un instrumento indispensable para la plena comprensión de textos, que como el analizado, trasmiten mensajes invaluables. Sin ella estaríamos perdidos en el laberinto de estos.

La época histórica que recrea la obra “El nombre de la rosa” –no por lejana- deja de recordarnos que el oscurecimiento del conocimiento es la antesala del dogma. En el saber está la forma de educar al hombre libre de prejuicios, flexible e inteligente que necesita el futuro.

Sólo queda darles las gracias a Humberto de Eco, porque a pesar del tortuoso camino que escogió, las gentilezas de la hermenéutica han permitido que su mensaje de optimismo y sabiduría quede claro para las generaciones actuales y futuras.

En ello va el mensaje del autor, trabajar racional y emocionalmente el papel de la risa y la comicidad no es sólo labor de dramaturgos o artistas; sino también, en la actualidad, de filósofos, psicólogos, sociólogos, pedagogos, etc. Su importancia hizo tambalear un poder indiscutible y terminó destruyendo un dogma centenario. En un rasgo esencialmente humanista. ¡Riamos!

Bibliografía:
Abbagnano, N. Diccionario de Filosofía. Ediciones Revolucionaria. La Habana 1963.
Betti, E. Teoria generale della interpretazione, Milano, 1955.
Beuchot, M. Perfiles esenciales de la hermenéutica: hermenéutica analógica. www.ensayistas.org
Beuchot, M. "Naturaleza y operaciones de la hermenéutica según Paul Ricoeur", en Pensamiento (Madrid), 50/196 (1994), pp. 143-152.
Eco, Humberto. El nombre de la rosa. Editorial Arte y Literatura. La Habana, 1989. Pág. 9
Eco Humberto. Los límites de la interpretación, Barcelona: Ed. Lumen, 1992, p. 29.
Ferraris Cf. M. Storia dell’ermeneutica, Milano: Bompiani, 1989 (2a. ed.).
García Prada, J. M. "La producción del sentido en los textos", en Estudios Filosóficos, 42 (1993), pp. 234.
Janáceck, J. La Reforma, en Enciclopedia Popular. T 36 La Habana, 1966. Pág. 16
Perroy E. La Edad Media, en Historia Universal, Medieval, selección de lecturas. La Habana, Instituto Cubano del Libro. 1973. Pág. 418 



[1] Beuchot, M. Perfiles esenciales de la hermenéutica: hermenéutica analógica. www.ensayistas.org
[2] Eco, Humberto. El nombre de la rosa. Edito. Arte y Literatura. La Habana, 1989. Pág. 9

[3] Friedrich Ernst Daniel Schleiermacher (1768-1834), teólogo alemán. Nacido en la actual ciudad polaca (entonces prusiana) de Wrocław, hijo de un pastor protestante, estudió bajo la férula de los Hermanos Moravos. 
[4] Wilhelm Dilthey (1833-1911), filósofo de la historia y la cultura alemán, cuyas teorías han influido de forma notable en teología y sociología.
[5] Martin Heidegger (1889-1976), filósofo alemán. Fundador de la denominada fenomenología existencial, está considerado uno de los pensadores más originales del siglo XX.
[6] Hans-Georg Gadamer (1900-2002), filósofo alemán, autor de una original teoría de hermenéutica filosófica que le concedió un destacado puesto en la historia de la filosofía del siglo XX.
[7] Paul Ricoeur (1913- ), uno de los más destacados filósofos franceses del siglo XX.
[8] Gianni Vattimo (1936- ), filósofo italiano. Nacido en Turín, fue discípulo del también pensador italiano Luigi Pareyson y del alemán Hans-Georg Gadamer. Profesor en la universidad de su ciudad natal, se distinguió en el campo de la hermenéutica filosófica, así como por sus estudios sobre Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger
[9] Cf. M. Ferraris, Storia dell’ermeneutica, Milano: Bompiani, 1989 (2a. ed.).
[10] E. Betti, Teoria generale de la interpretazione, Milano, 1955.
[11] J. M. García Prada, "La producción del sentido en los textos", en Estudios Filosóficos, 42 (1993), pp. 234 ss. Ver también M. Beuchot, "Naturaleza y operaciones de la hermenéutica según Paul Ricoeur", en Pensamiento (Madrid), 50/196 (1994), pp. 143-152.
[12] Umberto Eco la llama intentio operis, distinta de la intentio auctoris y de la intentio lectoris. Cf. U. Eco, Los límites de la interpretación, Barcelona: Ed. Lumen, 1992, p. 29.

[13] Perroy E. La Edad Media, en Historia Universal, Medieval, selección de lecturas. La Habana, Instituto Cubano del Libro. 1973. Pág. 418
[14] A decir del propio Humberto Eco en su obra Clemente V había trasladado la sede apostólica a Aviñón, dejando a Roma a merced de las ambiciones de los señores locales, y poco a poco la ciudad se fue transformando en un circo o un lupanar. El emperador Ludovico entró en Italia para restaurar la dignidad del sacro imperio romano y para confusión del usurpador, Juan XXII (Jacques Cahors), francés y devoto al rey de Francia, al que califica de simoniaco y heresiarca y quien había enfrentado a los caballeros templarios.
[15] Janáceck, J. La Reforma, en enciclopedia popular. T 36 La Habana, 1966. Pág. 16
[16] Eco, Humberto. El nombre de la rosa. Edito. Arte y Literatura. La Habana, 1989. Pág. 7
[17] Ob. Cit. Pág. 421
[18] Se refiere a las no expresadas en latín.
[19] ¿Existe en el texto una intención aparente y una intención real?
[20] Ob. Cit. Pág. 689
[21] Segundo libro de la Poética de Aristóteles.
[22] Ob. Cit. Pág. 691
[23] Ob. Cit. Pág. 691-692
[24] Se refiere a la ley de la iglesia.
[25] Ob. Cit. Pág. 692-693
[26] Abbagnano, N. Diccionario de Filosofía. Edición Revolucionaria. La Habana 1963

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