sábado, 1 de junio de 2019

La unidad en lo diverso de la sociedad cubana




Como integración social se entiende aquel proceso dinámico y multicausal que posibilita a las personas que se encuentran en un sistema marginal, participar del bienestar alcanzado en un determinado país. En oposición, la marginación o exclusión, es la desventaja económica, profesional, política o de estatus social, producida por la dificultad de un grupo para integrarse a los sistemas de funcionamiento social. Creo que las minorías en Cuba están perdiendo la perspectiva sobre el objetivo central de la integración, ya que están haciendo más esfuerzo en diferenciarse, que el que hacen por formar parte del proyecto social.
No puede negarse de que a pesar de que el Sistema Político Cubano asegura la igualdad de todos los grupos y sectores sociales ante la Ley y el artículo primero de la Constitución de la República -aprobada por la mayoría del pueblo cubano el pasado 24 de febrero del 2019- afirma: ”Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciudadanos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”; subsisten en la conciencia social elementos heredados de otras sociedades y momentos históricos, que provocan que se mantengan en la cultura popular determinados rasgos de machismos, homofobia, dogmas religiosos y otras lacras del pasado.
También la sociedad cubana recibe la influencia de la cultura global que se trata de imponer desde las cadenas de comunicación trasnacionalizadas y a cuya influencia no son ajenos, ni los “marginados”, ni los especialistas del tema. Además, recibe el influjo directo de la cultura norteamericana, no sólo por el propósito expreso de esta potencia de desmontar el sistema ideo-político nacional; sino porque en la mayoría de las familias cubanas existen emigrados que viven en esa nación y visitan sistemáticamente el país.

Esta es la causa de por qué recientemente he tenido que confrontar en las redes sociales diferentes posiciones de enfrentamiento entre grupos religiosos con elementos de la comunidad gay, o de elementos de la comunidad gay y las autoridades; o la exacerbación de campañas de género sobre la violencia contra la mujer, posiciones que dividen más que lo que integran.

Lo que más me preocupa que estas posiciones son estimuladas desde la academia, que son los especialistas los que justifican y organizan campañas, encuentros, propagandas y otras manifestaciones culturales, siguiendo un patrón nada cubano, cuya tendencia general es a reafirmar las diferencias de estos grupos y no sus similitudes.Decía José Martí: “Ni el que tiene un derecho, tiene con él el de violar el ajeno para mantener el suyo: ni el que se ve dueño de una fuerza debe abusar de ella. El uso inspira respeto: el abuso indigna”[1].

Si el objetivo es la integración social de estos grupos -evitando el marginalismo cultural- ¿por qué las organizaciones que agrupan están minorías destacan las diferencias y no hacen el esfuerzo fundamental porque participen junto al resto en la construcción social?

Encomiable es la labor realizada por el sistema socioeconómico norteamericano para dividir a su sociedad e impedir que enarbolen causas comunes. Durante su formación enfrentó emigrantes contra nativos, hasta de exterminio y sumisión de las poblaciones originarias, que hasta hoy viven segregados en reservas y atacados por los vicios más execrables de la sociedad. Enfrentó al norte y el sur con diferentes grados de desarrollo; negros y blancos con las secuelas del oprobioso régimen esclavistas y hasta hoy los estigmatiza con el apelativo de afronorteamericanos. Durante los siglos XIX y XX, dividió al movimiento obrero por nacionalidades de emigrantes y hoy enarbola el enfrentamiento de blancos, negros y latinos. Llama a los blancos poblaciones originarias, porque los amerindios no cuentan; divide a sus ciudadanos en ricos, clase media y obrera, sin contar la división política en múltiples Partidos. Nadie se salva del estigma de las diferencias, y nadie tiene motivos para ver al prójimo como igual. De ahí la soledad y el aislamiento que se siente entre ellos, tan distinto a la solidaridad que se práctica por el pueblo cubano.

Otras de las formas de división de la sociedad norteamericana es la religiosa.La animosidad anticatólica en los Estados Unidos alcanzó un punto máximo en el siglo diecinueve cuando la población protestante comenzó a alarmarse con la llegada masiva de inmigrantes católicos. A su vez, la propia iglesia protestante está divida en Baptistas, Metodistas, Luteranos, Presbiterianos, Pentecostalistas, Anglicanos, Mormones, Iglesias de Cristo, Congregacional, Testigos de Jehová, Asambleas de Dios, Evangélicos, Adventistas del Séptimo día, Ortodoxos y otros. No se puede olvidar que estas iglesias tienen su representación en Cuba y dependen de la tutela de las existentes en ese país.
Diversidad no quiere decir enfrentamiento pero, la sociedad norteamericana fue fundada sobre la violencia y aún resuelve los conflictos internos e internacionales mediante ésta. La decadencia de una sociedad sin valores proactivos hace que proliferen otros tipos de divisiones más nocivas como las pandillas, sectores violentos de la sociedad vinculados a actividades ilícitas como el narcotráfico, que resuelven sus conflictos de forma asimilar a cómo lo hace la sociedad en que viven.

Algunos ingenuos o mal intencionados quieren transpolar estos patrones a la sociedad cubana. Ya se ha empezado a escuchar la palabra afrocubano por algunos profesionales extranjeros y hasta cubanos. La integración del pueblo cubano comenzó en las primeras décadas del siglo XIX y culminó en este siglo, durante las luchas por la independencia. En Cuba no hay afrocubanos, sólo cubanos, ¿o es que acaso quieren dejar de llamar cubano a Antonio Maceo, a Guillermón Moncada, a Juan Gualberto Gómez, o al presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular y al Vicepresidente de la República?

En Cuba no hay enfrentamiento religioso porque todas las iglesias trabajan coordinadamente mediante el Consejo Ecuménico por el bien de la nación. Hay libertad de conciencia y cada cual puede profesar las creencias que desee, incluidas las yoruba, el Palo Monte, o el espiritismo. Pero últimamente he escuchado a algunos protestantes referirse a estas últimas como religiones satánicas, lo que muestra su falta de cultura. La unidad de la nación cubana surgió ligada al sincretismo religioso, fruto de los cuatro siglos de dominación colonial, donde los africanos, traídos como esclavos, encontraron una forma de preservar su cultura. Éste, lejos de un ejemplo satánico, es muy digno, sobre todo para los que todavía no han aprendido a preservar la propia y repiten prototipos que no le pertenecen como el culto a Papá Noel, la creencia en vampiros, hombres lobos, extraterrestres, superhéroes, etc. O andan por las calles de la ciudad exhibiendo banderas de otras naciones, especialmente norteamericanas.

En Cuba no hay discriminación de género, desde el mismo momento en que mujeres, hombres, heterosexuales y homosexuales reciben salarios iguales por trabajos afines; hay más mujeres en las universidades que hombre; más de la mitad de la Asamblea Nacional del Poder Popular es femenina; existen homosexuales en todos los órganos de dirección, en todo tipo de trabajo y profesiones.
¿Qué desean las minorías, destacarse por encima de la media o integrarse? ¿Qué estimulan los académicos y directivos, resaltar sus diferencias o mostrar sus valores en la construcción social? No sería más proactivo luchar porque no se estigmatice el mérito por inclinaciones sexual, genero, militancia religiosa, raza, etc, que estar organizando espectáculos gay, eventos científicos de género o proliferando estigmas religiosos?
El que atenta contra la unidad del pueblo cubano traiciona nuestras tradiciones patrias.


[1] Martí José. Obras Completas. Tomo 10 pág. 403

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