Autora: MsC Elizabeth Azopardo Núñez
Introducción:
Toda la literatura económica burguesa del siglo XX se ha movido en dos
vertientes fundamentales: por una parte,
los partidarios del capitalismo regulado, preocupados por amortiguar
las crisis -después de las caídas de 1920 y l929- y por otro,
los neoliberales, que aparentando una
lucha contra las economías dirigidas por los Estados, se han transformado en
facilitadotes del gran capital, acelerando las privatizaciones para poner las
riquezas de los pueblos en manos de las trasnacionales. La pequeña y mediana propiedad; que en sus
inicios fue el sostén del desarrollo capitalista, no puede subsistir en épocas
de las trasnacionales sin sucumbir al legado de éstas: los organismos de poder
internacional. El Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de
Comercio, el Banco Mundial y otros hacedores de la política neoliberal, han
pretendido en su último intento hacer posible el pago de la deuda externa, a
costa de desangrar lo que queda de hacienda nacional en los países periféricos.
Por otra parte, la globalización neoliberal intenta despojar a los
pueblos de su política, sus ideologías y hasta de sus culturas; destruir lo que
queda de originario en el planeta, para subordinarlo todo a un supuesto orden
global impuesto por capital internacional, su interés imperial y unipolar. Los
organismos de poder internacional son los que dicen qué es bueno y qué no,
basados en una cultura de violencia creada durante siglo por la geo política
norteamericana, desde que llevaron sus banderas al oeste masacrando a los indígenas
en aras del “progreso”.
El presente trabajo pretende realizar un análisis de la contradicción
existente entre neoliberalismo y globalización, como dos vertientes de diferentes
problema; así como, valorar la polémica actual acerca del neoliberalismo,
haciendo hincapié en el contesto latinoamericano.
La temática que nos ocupa tiene gran vigencia e importancia. Toda la
última centuria y lo que transcurre del presente siglo, ha ocupado a los
humanistas burgueses en la búsqueda de alternativas para la subsistencia dentro
del capitalismo. Más recientemente y después de la caída del socialismo
europeo, los ideólogas de estas corrientes han arreciado la crítica a los
sistemas estatalitas oponiendo como modelo el neoliberalismo; mientras en la
dirección opuesta, ha surgido como alternativa política el socialismo del siglo
XXI. Tanto unos como buscan hallar una solución global para la crisis de un
mundo unipolar que amenaza con destruir a la mayoría. En el mencionado
contesto, ocuparse de analizar las raíces más profundas de los males que
aquejan a la humanidad, es derecho y deber de los estudios sociales.
Desarrollo:
- Breve reseña histórica del problema neoliberal.
En cuanto a la
economía, los liberales han luchado históricamente contra los monopolios y las
políticas de Estado que han intentado someter la economía a su control. En sus
inicios, una parte de la filosofía liberal era el modo de entender la opinión
de los llamados economistas clásicos; como los británicos Adam Smith
y David Ricardo. El liberalismo, como doctrina, había hecho su entrada en el
pensamiento económico en 1803,
cuando Say,
escribiendo la mejor apología del capitalismo, fundamentó la necesidad del amplio desarrollo
de la producción en las condiciones de libre
cambio. En Norteamérica, también alrededor de 1731, Benjamín Franklin,
formulaba la ley del valor como la ley
de la Economía
Política burguesa.
Desde este punto de vista, los
liberales se oponían a las restricciones sobre el mercado y apoyaban la
libertad de las empresas privadas. Pensadores como el estadista John Bright
se opusieron a legislaciones que fijaban un máximo a las horas de trabajo,
basándose en que reducían la libertad y en que la sociedad, y sobre todo que la
economía se desarrollaría más cuanto menos regulada estuviera.
A fines del siglo XIX, la realidad
económica de la época -con la aparición de grandes monopolio que dominaban la
oferta- hizo comprender a la mayoría de los economistas que el modelo de competencia
era sólo una hipótesis de escuela. Habían comenzado a dejar de identificar
competencia con laissez faire.
Teoría y realidad eran las dos caras de una misma moneda que demostraba el
fracaso del liberalismo económico, al menos, como ideología eficaz para
mantener la creencia en el sistema capitalista. Ese lugar vacante lo vino a
ocupar el keynesianismo,
con sus propuestas que operaron como un salvavidas del sistema.
El acontecimiento más importante de la
historia reciente del capitalismo fue la publicación de la obra de John Maynard
Keynes, “La teoría general del empleo, el interés y el dinero” (1936). Al igual
que las ideas de Adam Smith en el siglo XVIII, el pensamiento de Keynes
modificó en lo más profundo las ideas capitalistas, creándose una nueva escuela
de pensamiento económico denominada keynesianismo. Esta tendencia demostró que
un gobierno puede utilizar su poder económico, su capacidad de gasto, sus
impuestos y el control de la oferta monetaria para paliar, e incluso en
ocasiones eliminar, el mayor inconveniente del capitalismo: los ciclos de
expansión y depresión. Ello lo puede lograr –según Keynes- aumentando el gasto
público, aun a costa de incurrir en déficits presupuestarios, para compensar la
caída del gasto privado.
Los economistas liberales de la época
de entre guerras, tanto en los EEUU como en Europa, reformaron sus teorías
frente al nuevo panorama vigente. Ya no era posible preconizar un retorno a laissez
faire absoluto, resguardado de toda intervención estatal. En 1938 los
neoliberales de Europa occidental, se reunieron en lo que se denominó el
coloquio de Walter Lippmann
-por el escritor liberal que criticó a las grandes sociedades anónimas,
identificándolas como monopolios que obstaculizaban el mecanismo de precios en
un mercado libre. A este coloquio asistieron los economistas liberales más
destacados de Europa, entre ellos: R Aron, L. Rouçier y J. Rueff de Francia,
J.B. Condilifte de Gran Bretafla y L. yon Mises, E. von Hayek y W. Ropke de la
escuela de Viena. En el mismo se reafirmaron las posiciones antidirigistas de
los neoliberales y se sostuvo la necesidad de una vuelta a la economía de
mercado, aunque, con esta denominación genérica, no precisaron a cual de las
estas formas de economía de mercado se referían. En el coloquio Lippmann no se
produjeron definiciones que permitan hablar de un neoliberalismo muy diferente
al decimonónico del laissez faire. Solamente, en lo que se refiere a este
principio, no afirmaron que se debía adoptar en forma absoluta, y en lo que se
vincula con el estado, no descartaron en forma total su intervención.
Sin embargo, sobre el neoliberalismo
han existido opiniones muy contradictorias que van desde las de Ludwing von
Mises,
cuya preocupación fundamental era el restablecimiento del mercado sin el cual
no puede haber equilibrio ni cálculo económico; hasta Wilhelm Ropke, para quien
la intervención del Estado solo debe ser admitida para garantizar la existencia
de un mundo de pequeñas empresas y de competencia y que, al mismo tiempo, se
opone a toda forma de redistribución de ingresos y de política ocupacional. Por
otra parte, Friedrich von Hayek,
en los años cuarenta, no se mostró partidario de una economía dirigida,
propiciando una "estructuración racional de la competencia", sin
definir con mucha precisión el concepto; Así como, James E. Meade
y Roy F. Harrod, introdujeron en el pensamiento
liberal importantes conceptos keynesianos como el de preconizar la intervención
del Estado para evitar las oscilaciones que llevan al sistema capitalista de la
prosperidad a la depresión.
Pero el liberalismo actual no puede
ser reducido sin más, con lo que conocemos como economía de mercado. Hacerlo
así significa mutilar arbitrariamente su contenido, restringiéndolo sólo al
plano económico y omitiendo por completo la importante discusión de principios
que subyace a esa coyuntura. Precisamente por esto es que se abordará el
problema de situar al liberalismo en relación a otras ideologías políticas
coexistentes.
Durante casi todo el siglo XIX, en
Europa y en una buena parte de América, se desarrolló una lucha política activa
entre dos líneas principales de pensamiento: por un lado, los conservadores,
que generalmente representaban los intereses de la nobleza o la monarquía,
propendían a un sistema político oligárquico, de escasa participación popular,
apegado a las normas y tradiciones del pasado; por otro lado, estaban los
liberales, quienes favorecían formas de gobierno democráticas y una sociedad
más abierta en lo político y en lo económico. Dentro de esta polaridad básica,
los liberales estaban obviamente a la izquierda y los conservadores a la
derecha. Estos últimos favorecían la continuidad de estados fuertes y
autoritarios, de corte monárquico, militarista o clerical, mientras que los
liberales luchaban por la extensión del voto, la monarquía constitucional o
diversas formas de control político sobre los gobernantes. El liberalismo
consideraba que las diferentes fuerzas de la sociedad tenían primacía sobre el
Estado y que éste, en definitiva, debía representar los intereses y deseos de
los ciudadanos, sin interferir con la búsqueda de su felicidad y su
mejoramiento económico. De allí su lucha a favor de la libertad de comercio y
de producción y su prédica constante contra el intervencionismo estatal.
Hasta hace cosa de cien años, ambas
posiciones resultaban bastante diferenciadas y nítidas en casi todo el mundo
occidental. Con el advenimiento del socialismo, sin embargo, el panorama
anterior se complejizó: los socialistas se opusieron casi siempre con
vehemencia a ambas líneas de pensamiento, sosteniendo que ellas expresaban los
intereses de diferentes clases dominantes: los conservadores, a los
terratenientes y vestigios del mundo feudal; los liberales, a los propietarios
de capital ligados a la economía moderna. Con el paso del tiempo ambas
posiciones pasaron a considerarse de derecha, en tanto los socialistas se
atribuyeron las posiciones de izquierda.
El liberalismo clásico del que estamos
hablando, situado "a la izquierda" de los conservadores y "a la
derecha" de los socialistas en este esquema convencional, se extinguió
políticamente hace más de medio siglo. Y esto no sólo ocurrió por la infeliz
realización de su programa original; hubo además otras causas. El clima
intelectual de entreguerras -desde la Revolución Rusa
hasta el estallido del segundo conflicto mundial- se vio sacudido por una
desconfianza profunda en los valores del pensamiento liberal: el marxismo
revolucionario emergió como una poderosa alternativa a un capitalismo que se
desangraba en devastadoras guerras y que era incapaz de impedir la miseria de
los trabajadores. La gran crisis económica que tan duramente golpeó al mundo en
la década de los años treinta profundizó este viraje de la opinión política; el
sistema de libre mercado -uno de los pilares del pensamiento liberal- pareció
incapaz de escapar por sí mismo de su profunda crisis, hundiendo en la
depresión económica a las naciones más poderosas y generando millones de
míseros desempleados.
Mientras las naciones más avanzadas se
decidían por esta línea de acción y comenzaban a erigir lo que luego se llamó
el Estado de Bienestar;
otro país, la Unión
Soviética, ya había emprendido la total estatización de su
economía. Luego de la
Segunda Guerra Mundial este sistema económico se amplió a
toda la Europa
Oriental, en tanto que la China comunista y otras naciones asiáticas y
africanas -recientemente independizadas- se encaminaban decididamente hacia la
creación de economías estatistas, desconfiando del mercado y de los equilibrios
económicos que éste es capaz de producir. En Latinoamérica, algunas figuras
políticas que abrazaron un nacionalismo que se definía como antioligárquico y
antimperialista –por ejemplo, Lázaro Cárdenas en México- o más decididamente
populistas -como Perón en Argentina o Vargas en Brasil- inclinaron también la
región hacia modelos de gestión claramente estatizantes, antiliberales en lo
político y en lo económico. Finalmente triunfaba la Revolución Cubana
y el socialismo llegaba a América.
Con la desaparición del socialismo
europeo y el fin de la Guerra Fría,
han regresado a la palestra política viejas tendencias que el propio desarrollo
del capitalismo había negado. Un sin número de interrogantes se abrieron de
nuevo ante los estudios sociales. ¿Qué hacer? La globalización neoliberal, como
superestructura del capitalismo contemporáneo, fue la propuesta de la reacción.
Su crisis ha abierto nuevas expectativas.
- ¿Cuál es la génesis de este problema y su tendencia actual?
Si se mira retrospectivamente hacia
el movimiento histórico del "poder
capital", se aprecia como el
libre movimiento del mercado, que condicionó en sus inicios un inusitado
impulso al desarrollo capitalista, fue negado por este mismo proceso de
desarrollo.
Según la teoría marxista,
la necesidad del incremento constante del capital invertido actúa como ley que
obliga a expandirlo para conservarlo y para ello, no hay más medio que su
acumulación. El incremento constante de la producción por
la aplicación de sucesivas
acumulaciones, el incremento del
volumen del capital acumulado, o su concentración, va acompañado de un proceso
de centralización, absorción de los negocios medianos y pequeños por las
grandes empresas que han polarizando la riqueza, lo que provoca la ruina de los
medianos y pequeños propietarios.
Los excedentes relativos de capital, que en la sociedad librecambista
provocaban las crisis, se exportan, desencadenando un
proceso de internacionalización del ciclo de la
reproducción y se concentra la producción
mercantil a nivel internacional.
Esto se contrapone al libre cambio de épocas anteriores y los mercados pasan a ser
dominios de los precios de monopolio, poniendo fin a su libre movimiento.
Como se puede apreciar, la globalización es un proceso objetivo, propio
del desarrollo de la sociedad capitalista; y por ello, la globalización
neoliberal es una política económica contradictoria, ya que el propio
capitalismo no puede estimular el desarrollo de la pequeña y mediana propiedad
en épocas de las trasnacionales, donde éstas estarían condenadas de inmediato a
ser absorbidas por el valor capital altamente concentrado y centralizado.
Para hacer frente al ciclo internacional de la
reproducción, después de la Guerra Mundial, los monopolios se coligaron con
los Estados y surgieron mecanismos internacionales de dominio del
capital financiero que contribuyeron a legitimar su status. Sin embargo, se
siguen divulgando políticas neoliberales
para los países periféricos,
tratando de ocultar este rasgo esencial del imperialismo.
La manifestación de la ley de la acumulación a escala internacional llevó
consigo la polarización de la riqueza y el
subdesarrollo se fue entronizado como una forma de desarrollo
capitalista. El fracaso de las políticas regulativas estatales de los procesos
cíclicos, inspiradas en el keynesianismo y el monetarismo, trajo una
repercusión desastrosa para los países subdesarrollados, que se puso de
manifiesto en una deuda impagable, el
crecimiento de las tasas
de inflación y el deterioro
del intercambio, entre otras consecuencias. Ahora se trata de
exaltar los resultados de economías emergentes, pero lo excepción no hace la
regla.
Los movimientos
progresistas del mundo que luchan contra el imperialismo, no pueden establecer
una lucha contra la globalización, porque como ya se dijo, este es un proceso
objetivo propio del desarrollo económico-social. La globalización, como concepto sociopolítico,
pretende describir la realidad inmediata como una sociedad planetaria, más allá
de fronteras, barreras arancelarias, diferencias étnicas, credos religiosos,
ideologías políticas y condiciones socio-económicas o culturales. Surge como
consecuencia de la internacionalización cada vez más acentuada de los procesos
económicos, los conflictos sociales, medioambientales y los fenómenos
político-culturales. Tampoco pueden
quedarse cruzados de brazos después de la caída del Sistema Socialista y la
existencia de un mundo unipolar.
Durante las últimas décadas, la
prédica a favor de la economía de mercado ha quedado prácticamente relegada a
muy pocos pensadores que continúan insistiendo en la ineficiencia de las
economías estatizadas y en los peligros que ellas representaban para la
libertad humana.
Caracterizar lo ocurrido en la última
década es indispensable para analizar el giro antiliberal que se está
consumando en la actualidad. Este diagnóstico es también vital para definir el
perfil de una propuesta anticapitalista. El neoliberalismo ha fracasado como
proyecto de las clases dominantes nacionales para expandir sus negocios,
reforzar su base de acumulación y aumentar su presencia en el mercado mundial. Este
retroceso se verifica en el estancamiento del PBI per capita, en la caída de la
inversión extranjera (especialmente en comparación a China y el Sudeste
Asiático) y en el desbordante endeudamiento. En estas condiciones las fases de
prosperidad cíclica son cada vez más dependiente de la coyuntura financiera o
comercial internacional.
Por ejemplo, en América Latina, entre
1980 y 2003, el desempleo abierto saltó del 7,2% al 11 %, el salario mínimo
cayó en promedio un 25% y la informalidad laboral creció del 36% al 46%, en la
región de mayor desigualdad social del mundo (el 10% de la población acapara el
48% del ingreso y el 10% más pobre se reparte apenas el 1,6% de ese total). En
todas las protestas latinoamericanas los trabajadores estatales cumplieron un
papel muy activo. Este sector -agredido por los invariables recortes
presupuestarios que impone el FMI- lidera la resistencia en Perú y Uruguay y
juega un rol significativo en la revuelta de Santo Domingo. También la huelga
general se mantiene como la forma de acción clásica de la movilización popular
y en ciertos casos -como Chile- se insinúa cierta reaparición del protagonismo
obrero. En otros países, la resistencia ha estado signada por rebeliones
campesinas generalizadas (Ecuador), localizadas (Colombia) o regionales de gran
impacto nacional (Chiapas). La lucha social adquiere, además, connotaciones
explosivas cuándo está imbricada al desarrollo de un conflicto antiimperialista.
El fracaso económico y la declinación
política e ideológica del neoliberalismo junto a la continuada presencia de sus
modelos en plena irrupción de sublevaciones populares plantean serios desafíos
para la izquierda. Los dilemas más complejos aparecen cuándo se deben definir
las posturas frente a los nuevos gobiernos de centroizquierda que giran hacia
la derecha pero despiertan expectativas entre la población. Muchos
intelectuales reconocen este vuelco pero se resignan apenados. Al plantear que
"no existe otra alternativa" recurren al mismo argumento fatalista
que utilizaron neoliberales en los 90.
Otros destacan que la conciliación con
la derecha es el precio a pagar por el surgimiento de un capitalismo regulado o
latinoamericanista. Pero no explican porqué los socialistas deberían celebrar
la erección de este sistema de explotación y tampoco aclaran porqué sería
factible construir en el siglo XXI lo que no pudo edificarse durante los
últimos 200 años. Esta visión genera ilusiones sobre un porvenir improbable y
conduce a ignorar la dinámica anticapitalista de las revueltas populares que
sacuden a la región.
Existen múltiples vías para facilitar
el desarrollo de la conciencia socialista, pero el compromiso con la lucha por
las reivindicaciones sociales es la condición de cualquier construcción
política anticapitalista. Esta acción implica resistir la militarización y la
recolonización, rechazar el ALCA y batallar por la cesación del pago de la
deuda y la ruptura con el FMI. Estas medidas son indispensables para recomponer
los ingresos populares y gestar una genuina integración regional.
El porvenir latinoamericano depende en
gran medida de la capacidad de la izquierda radical para conformar un proyecto
alternativo en el curso de ciertos desenlaces decisivos. Esta alternativa
avanzará si un rumbo socialista se renueva en Cuba, si la resistencia
antiimperialista socava el poder económico de la derecha venezolana, si
prospera una opción a la dirección del Partido del Trabajo brasileño, si se
erige un polo político de la izquierda entre los piqueteros y trabajadores
argentinos, si progresa la revolución en Bolivia y si los gobierno progresista de
Ecuador y Nicaragua se consolidan. En este escenario el "posliberalismo"
se emparentará en América Latina con el resurgimiento del socialismo.
El
proyecto de Fidel y Chávez, seguido de cerca por Evo Morales, Daniel Ortega,
Rafael Correas y otros presidentes progresistas del continente, tratan de
retomar el ideario de los próceres de la independencia y producir la tan
esperada integración. Fue así como el espíritu del Alba (Alternativa
Bolivariana para las América y el Caribe) vino a Cuba en diciembre de 1994 y
quién revise los discursos de los mencionados mandatarios en diciembre de ese
año, encuentran una posición común en cuanto a la integración que se destaca
por encima de muchas otras coincidencias.
Frente
a la crisis del socialismo en Europa y la expansión militar norteamericana, ha
llegado la hora no sólo de que nacieran naciones independientes en la región,
sino de la creación entre ellas de un nuevo sistema de relaciones que frene,
con frente común, la embestida de los EEUU.
“El
mundo unipolar no resultó; en el unipolar Estados Unidos quiere imponer su
hegemonía. Propongo el pluripolarismo”,
dijo Chávez en una entrevista de prensa en Argentina, antes de viajar a Cuba en
1994, y lo repitió con palabras muy parecidas, diez años después, cuando ya
había firmado la declaración conjunta con Cuba para la aplicación del ALBA.
Ni
entonces, ni ahora, Chávez proponía a los líderes latinoamericanos la creación
de un supremo Estado, sino de un acuerdo flexible de cooperación práctica y
útil que pueda cambiar la historia de América del Sur. Para él -tanto como para
Fidel y de ahí esa simpatía inmediata al
conocerse en La Habana-
esta es la necesidad impostergable, que ha de tener enormes y favorables
consecuencias en el concierto planetario.
En la actualidad existen diferentes
acciones para la integración latinoamericana de gran valía, entre las que se
destaca: el MERCOSUR, o Mercado Común del Sur, organización regional
del espacio sudamericano constituida en virtud del Tratado de Asunción, firmado
el 26 de marzo de 1991, por los entonces presidentes de Argentina (Carlos Saúl
Menem), Brasil (Fernando Collor de Mello), Paraguay (Andrés Rodríguez) y
Uruguay (Luís Alberto Lacalle) que tiene como objetivo principal la progresiva
eliminación de barreras arancelarias entre los estados miembros, con el fin de
constituir un mercado único y en la actualidad estos países gozan de libertad
aduanera y comercial, y tienen un arancel externo común.
En 1998, el Mercosur había
llegado a un acuerdo de cooperación de comercio e inversión con el Mercado
Común Centroamericano (MCCA, integrado por Costa Rica, El Salvador, Guatemala,
Honduras y Nicaragua), y en la
Cumbre de Presidentes de Porto Iguazú (2004) los cuatro
países miembros decidieron aceptar a Venezuela y México como asociados. Los
miembros del Mercosur también han intentado estrechar relaciones con la Unión Europea. En
1995, ambos bloques firmaron en Madrid un tratado con miras a iniciar un
acuerdo de libre comercio, pero fue en 1999 cuando se comprometieron a empezar
con las rondas de negociaciones, aún no concluidas. Recientemente se ha
integrado a la misma Venezuela. Brasil, que ocupa actualmente la presidencia
propició, a través de su presidente,
Luiz Inácio Lula Da Silva, invitó a Cuba, Bolivia y a México a
incorporarse al bloque de integración.
Otra alternativa para la unidad de importancia la
constituye la Comunidad
del Caribe (en inglés, Caribbean Community, CARICOM), organización
establecida para promover la unidad regional y coordinar la política económica
y exterior en el Caribe. Fundada en 1973 por el Tratado de Chaguaramas
(Venezuela), el CARICOM sustituyó a la Asociación Caribeña
de Librecambio, que había sido creada en 1965.
La
Comunidad
del Caribe desarrolla tres actividades principales: la cooperación económica a
través del Mercado Común del Caribe, la coordinación de la política exterior y
la colaboración en campos como la agricultura, la industria, el transporte y
las telecomunicaciones, la salud, la enseñanza, la ciencia y la tecnología, la
cultura, el deporte y la administración fiscal. El Mercado Común del Caribe,
organizado por la CARICOM,
se ocupa también del comercio, la industria, la planificación económica y los
programas de desarrollo para los países miembros menos desarrollados. Futuros
objetivos son la creación de una unión monetaria y de un mercado interno único.
No obstante, indiscutiblemente, la
propuesta más objetiva y revolucionaria en la situación actual como respuesta a
la globalización neoliberal es la globalización socialista inspirada en el
pensamiento revolucionario de Fidel y Chávez y que se ha denominado ALBA.
La misma está Inspirada en las tradiciones revolucionarias y
latinoamericanistas de nuestros próceres Simón Bolívar y José Martí.
El Alba constituye un modelo de
integración basado en la cooperación,
la solidaridad y la voluntad común para avanzar hacia niveles más altos de
desarrollo, satisfacer las necesidades y anhelos de los países latinoamericanos
y caribeños, y preservar su independencia, soberanía e identidad. El 28 de
abril del 2005, se firmó el convenio entre los países de Cuba y Venezuela; un
año después se unió a la misma Bolivia. La misma surgió como respuesta la los
intentos de EEUU de imponer a Latinoamérica el ALCA.
La concepción de Fidel y Chávez sobre
el Alba es revolucionaria en este terreno. En el sentido de que concibe la
integración de América Latina, no regida por el comercio, aunque no lo desdeña,
sino basada en la solidaridad y la cooperación y le da un componente social que
nunca tuvo, porque jamás con anterioridad la integración se ocupó de programas
de alfabetización como “Yo si puedo” o de problemas de salud, como “La Operación Milagro”.
A través de las mismas se han alfabetizado 1.5 millones de personas en
Venezuela y se emplea este sistema
en Bolivia con avances alentadores, trabajando especialistas cubanos y
venezolanos en la esfera de la educación; por su parte “La Operación Milagro”,
impulsada en la subregión por La
Habana y Caracas, ha permitido devolver la visión a decena de
miles de personas.
En el segundo aniversario de éste
esfuerzo ya son 261034 los latinoamericanos y caribeños operados de la vista
sin contar las intervenciones realizadas en Venezuela, junto a Caracas se
acordó realizar no menos de 600 000 intervenciones al año y contribuir a que 6
millones de habitantes de esta parte del mundo recuperen la visión.
Interactuando con ello se desenvuelve
PETROCARIBE, la integración energética de la región, la cual pretende brindar
al área una garantía de los crudos energéticos por un largo período. El 11 de
julio del 2004, en reunión de 12 ministros
de minas, se firmó en Caracas su constitución. Porotra parte, Venezuela
firmó además en Iguazú -con el presidente Kirchnery
apoyado también por Uribe-
el convenio para darle forma a PETROSUR.
Más recientemente ha surgido UNASUR y la
CELAC. La Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, es una organización
internacional creada en 2008 como impulso a la integración regional en materia
de energía, educación, salud, ambiente, infraestructura, seguridad y
democracia. Sus esfuerzos están encaminados a profundizar la unión entre las
naciones suramericanas, bajo el reconocimiento de sus objetivos regionales,
fortalezas sociales y recursos energéticos. Las rep’ublicas de Argentina, Bolivia,
Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Suriname, Uruguay y Venezuela
son sus doce Estados miembros. Panamá y México permanecen como observadores.
Conclusiones:
Como se puede apreciar en este trabajo,
las posibilidades del liberalismo fueron extinguida por la propia sociedad que
las creo; ellas pertenecen a la etapa del capitalismo joven y aún progresista.
Por desgracia para todos muy diferente es el mundo de hoy. Son las
trasnacionales y los organismos de poder internacional los que limitan a las
naciones para poder desarrollar cualquier intento independiente desde el punto
de vista económico y político. Esta internacionalización del poder necesita
alimentarse cada día más del sudor y de la sangre de los países periféricos y
toca a estos, ante la delineación clara del enemigo común único, oponérsele.
Es posible que este enemigo carezca de
rostro para algunos, él es el poder internacional del valor capital y sólo
puede enfrentarse con la socialización socialista internacional. Todas las alianzas
entre los más débiles son necesarias; su mayor enemigo –una vez más- es la
desunión. Puede que en la conciencia individual o las posiciones nacionalistas
de algunos, esto no esté claro; incluso que moleste a las libertades
individuales; más no es precisamente ésta la corriente filosófica que predomina
en la época, ella quedó detrás con el propio librecambismo y la democracia
liberal. A la globalización capitalista hay que enfrentarla con la
socialización socialista. La etapa puede ser larga y cruenta, pero no se puede
estar derrotado desde el principio.
El despertar Latinoamericano es un
acicate para el triunfo. Hoy ya no hay programa viable que
permita ninguna alianza con empresarios nacionales, militares patriotas,
iglesias humanistas, o burocracias estatales honestas y con sensibilidad
social. Detrás de ese pensamiento hay también un viejo error de concepción, el
modo de pararse frente a la realidad social: confiar más en los reales o
aparentes desprendimientos de la maquinaria capitalista de opresión, que en la
autonomía y la capacidad de autoemancipación de las clases explotadas, que son
las que están en la base del pensamiento y la acción socialista. Pero hoy hay
un problema adicional, todos esos sujetos están hoy disminuidos en su número,
debilitados en su capacidad de acción, minados en su autoconciencia y
confianza. Si seguimos ese camino estamos cometiendo dos pecados a la vez: el
primero, no apostar al pueblo trabajador y explotado, sino a la burguesía; y segundo,
adherir al bando que está derrotado desde el comienzo, que no tiene ninguna
viabilidad histórica, que es más bien un fantasma de lo que fue o bien un socio
menor de los ganadores.
Podemos elegir el lenguaje clásico u
otro, pero el enemigo es el capital en su conjunto, todo él lucra con la
explotación y la alienación de la mayor parte de la población y su destrucción
no puede venir sino desde las clases y grupos sociales que se perjudican
diariamente con su existencia y de todos los que se afectan con su injusticia.
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9.
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2006.
10. Periódico Granma, sábado 22 de julio del 2006.
11.
Valerino
Romero Valeria. Chávez habla de la juventud. Edit. Abril. La Habana 2005. Págs. 71-72
Adam Smith (1723-1790), economista y
filósofo británico, cuyo famoso tratado Investigación sobre la naturaleza y
causas de la riqueza de las naciones, más conocida por su nombre abreviado
de La riqueza de las naciones (1776), constituyó el primer intento de analizar
los factores determinantes de la formación de capital y el desarrollo histórico
de la industria y el comercio entre los países europeos, lo que permitió crear
la base de la moderna ciencia de la economía.
David Ricardo (1772-1823), economista británico nacido
en Londres. En su obra más importante, Principios de Economía Política y
Tributación (1817), Ricardo establecía varias teorías basadas en sus estudios
sobre la distribución de la riqueza a largo plazo.
Jean
Baptiste Say (1767-1832), economista francés, fundador, junto con Adam Smith, Thomas
Robert Malthus y David Ricardo, de la escuela clásica de pensamiento económico.
Benjamin
Franklin (1706-1790), filósofo, político y científico estadounidense,
cuya contribución a la causa de la guerra de la Independencia
estadounidense y gobierno federal instaurado tras la misma le situaron entre
los más grandes estadistas del país.
John Bright (1811-1889), reformador británico,
defensor del libre comercio.
Laissez-faire (en francés, ‘dejad hacer’),
doctrina económica que propugna una política de no intervención del gobierno en
los asuntos económicos y defiende el capitalismo, la libre competencia. Surgió
a finales del siglo XVIII como doctrina económica del emergente liberalismo,
ante los impuestos al comercio y el control estatal ejercido por las monarquías
absolutistas europeas en virtud de las teorías del mercantilismo, dominante
durante la edad moderna.
Keynesianismo, postulados de política económica basados en las
teorías del economista británico John Maynard Keynes.
Walter
Lipmann ha sido el neoliberal que con más énfasis solicito medidas contra las
grandes sociedades anónimas para impedir que los monopolios dominaran los
mercados y en contra de los acuerdos que anulan la competencia. Se pronuncio,
también, en contra de la autofinanciación de las poderosas sociedades anónimas
con el fin de establecer la competencia en el mercado de capitales.
Ludwig von
Mises, nacido en Austria, se adscriben a la teoría de la sobreinversión, al
sugerir que la inestabilidad es la consecuencia lógica del aumento de la
producción hasta el punto en el que se utilizan recursos ineficientes. Entonces
los costes aumentan y, si no pueden trasladarse a los consumidores, los
empresarios reducen la producción y despiden trabajadores.
Friedrich August von Hayek (1899-1992), economista
austriaco laureado con el Premio Nobel de Economía. Como teórico defendía el
sistema de economía de libre mercado; se ganó una amplia reputación con su
libro El camino a la servidumbre (The Road to Serfdom, 1944), en
el que defendía que los gobiernos no deben intervenir para controlar la
inflación ni otras variables económicas, excepto la oferta monetaria. En los
años 60 se adhirió al monetarismo y denunció la acción de los sindicatos como
perjudicial para la actividad económica.
James Edward Meade (1907-1995), economista británico,
destacado especialista en macroeconomía y ganador del Premio Nobel de Ciencias
Económicas en 1977.
Roy Harrod,
desarrolló un modelo macroeconómico simple en el que se estudiaba el
crecimiento de la economía; en 1948 publicó su libro Hacia una economía
dinámica, que creó una nueva especialidad, la teoría del crecimiento, la
cual ha ido ganando adeptos entre los economistas.
El
concepto, surgido en la segunda mitad del siglo XX, parte de la premisa de que
el gobierno de un Estado debe ejecutar determinadas políticas sociales que
garanticen y aseguren el ‘bienestar’ de los ciudadanos en determinados marcos
como el de la sanidad, la educación y, en general, todo el espectro posible de
seguridad social.
Karl
Marx (1818-1883), filósofo alemán, creador junto con Friedrich Engels
del socialismo científico (comunismo moderno) y uno de los pensadores más
influyentes de la historia contemporánea.
Néstor
Kirchner (1950- ), político argentino, presidente de la República (2003- ),
hizo frente a la crisis económica e institucional que azotó Argentina a
comienzos del siglo XXI.
Álvaro
Uribe (1952- ), político colombiano, presidente de la República (2002- ),
el primero que desde la guerra de los Mil Días, finalizada en 1903, alcanzó por
elección la máxima magistratura de su país sin representar a ninguno de los dos
grandes partidos, el Liberal o el Conservador.